No hacía ni 24 horas que había podido cruzar algunas palabras con el protagonista del día. Con un aspecto alejado del estereotipo del clásico torero lo vi salir del ascensor vestido con una sudadera negra, un pantalón vaquero, un pañuelo al cuello y unas cómodas zapatillas de deporte. Se iba a dar un paseo y solo alcanzó a decirme “lo que yo llevo por dentro nadie lo sabe.”
Y hasta que no terminó la corrida, pasadas las 20:15 horas (3:15 de la madrugada, hora española), no comprendí la gran carga que llevaba aquella escueta frase que había intercambiado con José Tomás. Y estoy segura que solo él, de los más de 42.000 personas que este domingo llenaron la Monumental Plaza México, tenía claro que también podía suceder esto. Que el triunfador de la tarde fuera Joselito Adame al cortar las dos orejas al buen sexto toro de Los Encinos y que muy pocos momentos alcanzaran el nivel que se esperaba.
El ensordecedor “olé” que dedica esta plaza a los toreros al comenzar el paseíllo sonó más fuerte que nunca gracias al histórico lleno y los dos toreros cruzaron el ruedo azteca por encima de una alfombra de flores con mensaje: “Bienvenida afición. Suerte para todos”. Y comenzaron a presentarse los seis toros de Fernando de la Mora y Los Encinos, una corrida que poco tiene que ver con el toro que siempre se ha lidiado en La México, con aquellos animales con los que triunfaban las figuras y desataban la locura a este lado del charco.
Algunos toros de este domingo podrían haber pasado el reconocimiento en una plaza como Madrid. Una corrida muy seria y con un promedio de 525 kilos, el sexto rozando los 600. Esta circunstancia dio lugar a uno de los momentos más incompresibles de la tarde, la devolución del quinto. El presidente sacó el pañuelo verde tras algunas protestas sin que el toro diera ni un motivo para ser devuelto, siendo el de las hechuras más acordes a esta plaza. Pero a estas alturas el ambiente ya estaba enrarecido.
El primero de José Tomás, de Los Encinos, se quedaba corto en el capote y tropezaba las telas mostrando ya su falta de fuerza. Para darle toda la ventaja al toro salió el madrileño casi hasta los medios para comenzar allí una faena en la que destacaron varios naturales de gran suavidad, que era lo que necesitaba el toro. Pero ahí acabó todo. O tuvo que acabar porque José Tomás no debió recibir las dos volteretas, que pudieron ser más trágicas, de ese toro que no buscaba pelea. Pero se metió entre los pitones, le ofreció sus muslos, y se encontró con la cogida. En ese momento solo él sabía lo que llevaba por dentro. Un trincherazo, según volvía a las tablas a cambiar la espada, fue el instante perfecto de la faena. Tras la escasa petición de oreja el presidente la concedió y la mayoría protestó. El de Galapagar resolvió como gran figura del toreo que es y no dio ni la vuelta al ruedo.
Con el tercero, de Fernando de la Mora, un toro muy serio y astifino, fue con el que conmovió los corazones. Fue la faena del reencuentro, donde se despertó la ilusión de ver lo que habían venido a ver. Porque en La México, esta temporada, habían visto torear muy despacio. Se entregaron al toreo lento de Diego Urdiales en su presentación y Morante les había regalado también toda la despaciosidad de su mejor tauromaquia y México quería ver torear así también a José Tomás. Y fue en ese toro cuando salió de su interior la suavidad del muletazo, la lentitud, con la tela muy puesta en la cara y tirando de un toro justo de raza que siempre buscaba rajarse. Ahí nacieron los olés más sentidos en cada natural, en cada muletazo con la mano izquierda. Y si José Tomás no hubiese pinchado esa faena el resultado final sería distinto.
Con el quinto hubo poca historia. El público sentía la decepción de no poder alzar en volandas a su ídolo y protestó todo desde el principio. Se cambió el toro, salió un sobrero de Xajay, y ni siquiera guardaron silencio en un quite por chicuelinas. Ahí también se pudo atisbar lo que llevaba por dentro al abreviar la faena y terminar cuanto antes.
El sexto fue el que le dio a Joselito Adame la tarde. Salió a triunfar y lo recibió con dos largas cambiadas desde el tercio y un manojo de verónicas de mano baja con mucho gusto. El repertorio con el capote se completó en un vistoso quite por zapopinas (o lopecinas) muy ajustadas. Brindó a José Tomás y comenzó a construir tandas de muletazos largos por ambos pitones que guiaban la embestida llena de clase y nobleza del toro. Extraordinario por el izquierdo sirvió para que Adame rematase una faena larga que concluyó con el triunfo del mexicano al cortar las dos orejas y salir a hombros.
Antes no había acabado de ajustarse con el cuarto, otro buen toro de Los Encinos al que sometió pero que a pesar de las tandas no consiguió llegar al tendido hasta el remate final, más ajustado y acortando terrenos. De no haber fallado con la espada podría haber sumado un trofeo. Otro perdió del segundo, al que quitó por ajustadas chicuelinas y ofreció una faena completa, de menos a más, en la que destacó con la mano derecha. Aquí también falló con los aceros.
Después de lo vivido este domingo en la plaza de toros más grande del mundo se puede hacer uno a la idea de “lo que lleva por dentro” José Tomás. El toreo es tan vulnerable como la propia vida y tan incierto como apasionante. A pesar de la película que los miles de asistentes llevaban hecha, la mágica realidad del toreo despertó a muchos de su sueño. Pero si el madrileño se volviese a anunciar, todos volverían a hacer cola para comprar un “boleto”.