En el rostro de Ruth Beitia se dibuja una sonrisa perenne que trasmite felicidad, una mueca imborrable de alegría que irradia diversión. Lleva una temporada disfrutando de cada salto como si fuese el último, escribiendo las últimas líneas de su infinito epílogo dorado que casi se puede catalogar de novela de ensueño, como volumen recopilatorio de todos los éxitos de la mejor atleta española de todos los tiempos. Porque Ruth Beitia no se cansa de ganar.
En la mítica Weltklasse de Zúrich, penúltima parada de la Diamond League -última para el salto de altura femenino-, la santanderina certificó su segunda victoria consecutiva en la competición que premia la regularidad de las saltadoras durante la temporada de aire libre. La campeona olímpica volvió a realizar un concurso impoluto, sin cometer un sólo nulo en las alturas iniciales. Realizó un mejor salto de 1.96 metros, suficiente para volar hasta la victoria.
Mientras las demás rivales se peleaban con el listón, ella avanzaba sin dudar. Primero cayó Levern Spencer, la única amenaza para Beitia, incapaz de superar el 1.93. Después Demireva, plata olímpica en Río, la sueca Skoog o la llamativa McPherson, sucumbieron ante la superioridad de la española, que de nuevo intentó batir el récord de nacional (2.02 metros).
La determinación y confianza en uno mismo son dos aspectos innegociables en una prueba como el salto de altura. La soledad del atleta ante el listón obliga al saltador a ser fuerte mentalmente, y Beitia ha demostrado una firmeza mayúscula en las citas claves de la temporada. Esa carrera de nueve apoyos tan trabajada con Ramón Torralbo, su entrenador, su otro 50%, la ha propulsado hasta las nubes, sin acometer un paso en falso.
El tartán del Letzigrund Stadium, el mismo donde Ruth Beitia se había proclamado campeona de Europa por segunda vez -este julio ha conseguido su tercer título continental-, volvió a ser testigo de un gran triunfo de la saltadora cántabra. La enésima de una carrera deportiva cuyos coletazos finales dejan únicamente la estela de la victoria.
La guinda de una temporada redonda
Río de Janeiro fue el clímax de la carrera atlética de Ruth Beitia. Se elevó hasta el Olimpo del deporte en la cita más simbólica y representativa: unos Juegos. Llevaba sesiones y sesiones de entrenamiento a las espaldas en aras de un sueño que se le había escapado entre las yemas de los dedos hacía cuatro años -¡bendito cuarto puesto de Londres!-. Hasta que obtuvo su recompensa. Con 37 años alcanzó la única presea que añoraba su palmarés, la olímpica, y dándose además un baño de oro.
Inmersa en medio de una vorágine de celebraciones y recibimientos públicos, con un viaje transoceánico en las piernas, Beitia se desplazó la semana pasada hasta París para intentar sentenciar matemáticamente la Diamond Race. Levern Spencer, su máxima rival, se mostró correosa, pero Beitia ganó con un sensacional salto sobre 1.98 metros, impecable; incluso al levantarse de la colchoneta puso cara de incredulidad: la ejecución había sido demasiada perfecta como para ser real.
Después se atrevió a desafiar a su propio récord de España (2.02m), pero el listón acabó derrotándola. Tras arrancar la Diamond League con un sexto puesto en Eugene (Oregon), la saltador cántabra ha acumulado 5 victorias consecutivas: Oslo, Estocolmo, Londres, París y Zúrich; erigiéndose como invencible a lo largo de toda la temporada. Porque Ruth Beitia goza del mejor momento de forma de su vida deportiva.
El trofeo de la Diamond Race culmina una temporada de ensueño: subcampeona del mundo en pista cubierta, campeona de Europa por tercera vez consecutiva y un oro olímpico. Su cosecha de medallas internacionales ha aumentado hasta las catorce, un listón verdaderamente infranqueable. Y ha anunciado que seguirá un poquito más, salto a salto como hasta ahora, porque ni ella sabe dónde está su techo. Porque Ruth Beitia es el diamante del atletismo español.