Cuando un deporte individual se convierte en un deporte de equipo; cuando los aficionados se transforman en hinchas apasionados y los aplausos tornan en cánticos y vítores; cuando se juega por el honor de un continente y no por el premio en metálico en uno de los acontecimientos deportivos que más dinero generan en el mundo; cuando el golf se convierte en el centro del deporte mundial; cuando llega la Ryder Cup.
La escasa vocación española por lo que acontece más allá de nuestras fronteras -siempre que no sea fútbol- se manifiesta de forma curiosa en esta competición, la que convoca más televidentes tras la Copa del Mundo del fútbol y los Juegos Olímpicos. Tanto más cuando los españoles han escrito algunas de la más bellas páginas de esta competición, que va mucho más lejos que los torneos del Grand Slam.
La Ryder debe su actual auge a Severiano Ballesteros, que debería encabezar la lista de los deportistas españoles menos considerados en nuestro país en relación a sus méritos. Ningún otro español se acerca en su deporte al impacto que tuvo el cántabro en el golf mundial. Mientras durante muchos años fue el deportista español más reconocido en USA y un ídolo de masas en Inglaterra, más querido que sus propios golfistas, en España se cortaba la transmisión del Masters de Augusta. En su lugar, se ofrecía una carrera más del calendario del Hipódromo de la Zarzuela, justo en el momento en el que pateaba Severiano para ganar el torneo.
La irrupción de Ballesteros cambió el signo de una Ryder devaluada y en riesgo de desaparición debido al insultante dominio de los estadounidenses. Más allá de Severiano, los jugadores españoles han dado sin excepción un excelente rendimiento en la Ryder, y en particular las parejas han sido una pesadilla para los estadounidenses. Es curiosa esa característica fratricida tan española de descuartizarnos -que pudimos comprobar en esa semana pasada tan política-, que contrasta con la fiereza con la que nos aliamos para combatir juntos al enemigo exterior, en este caso USA.
Si buena fue la dupla de Seve con Manuel Piñero, la llegada de Olazábal conformó la mejor pareja de la historia de la Ryder. 11 victorias, dos empates y sólo dos derrotas contra los mejores del mundo han sido historia del golf que la mayoría de los aficionados españoles no hemos podido disfrutar. El último sábado, una espectacular remontada de Sergio García y Rafa Cabrera-Bello frente a la mejor pareja americana, Reed y Spieth, evocó los mejores momentos de la 'Armada' española.
La otra noticia de la semana ha sido la recepción que brindó el presidente Obama a dos de los deportistas más relevantes de la historia olímpica. Tommie Smith y John Carlos deslumbraron al mundo en los Juegos de 1968 con una final espectacular de los 200 metros. Smith batió el récord del mundo al lograr bajar por primera vez de 20 segundos: 19.83 (sólo cinco centésimas más de lo que empleó Bolt en Río), marca que consiguió corriendo sus últimas seis zancadas con los brazos en alto. Un adelanto de lo que acontecería en el momento histórico de la escucha de los himnos.
Smith y Carlos, puños en alto enguantados de negro y en calcetines del mismo color para simbolizar la pobreza de sus hermanos de raza, escucharon el himno con la cabeza baja. Apoyados por el australiano Peter Norman, la imagen del trío quedó inmortalizada como uno de los momentos de mayor repercusión del movimiento olímpico.
Su reivindicación les condujo a la historia, pero a la ruina de su vida. Tommie Smith poseía 11 récords del mundo, pero con 23 años su carrera como atleta concluyó. El deportista que se había criado en los campos de algodón fue despedido del único trabajo que pudo conseguir: en una gasolinera. Su compañeros en el medallero sufrieron las mismas consecuencias y fueron amenazados con cartas y llamadas, despreciados por las autoridades de sus países.
La recepción de Obama es un homenaje a un acto de proverbial valentía que denunció la discriminación y las necesidades de la gente de raza negra. Y me imagino que una satisfacción para los atletas. En 2008, el vencedor de aquellos legendarios 200 metros vino a España para recoger un premio a los valores universales del deporte otorgado por el diario As. Ya que era uno de mis héroes, me atreví a acercarme a él y se lo dije. Más alto de lo que imaginaba y con unas piernas interminables, educado y simpático, me sonrió y se quitó importancia por lo que había hecho. Cuando al día siguiente leí sus declaraciones, aumentó mi admiración por él: “Toda mi vida he sentido miedo”. Un miedo que no le impidió ser un icono del deporte.