El afán por superar los límites del cuerpo humano ha sido siempre uno de los grandes retos del hombre en la historia. Correr más rápido, saltar más lejos o nadar a mayor velocidad que tus rivales lleva a la gran meta que todo deportista persigue: el éxito. Muchos son los que usan prendas deportivas que les ayudan a conseguir estos objetivos, por lo que la polémica sobre si esta práctica es dopaje tecnológico o no, está servida.
Objetivo: bajar de dos horas el maratón
El ejemplo más sonado lo protagonizó la marca de material deportivo Nike. La firma estadounidense diseñó en 2017 las Zoom Vaporfly Elite, unas zapatillas que, tal y como anunció el propio fabricante, permitían reducir el gasto energético un 4% y así colocar el récord mundial de maratón por debajo de las dos horas.
Su secreto reside en la introducción de una placa de fibra de carbono incrustada en la suela, y a juzgar por los resultados obtenidos, la mejora parece ser efectiva aunque aún no con los resultados esperados. El atleta keniano Eliud Kipchoge fue el encargado de estrenarlas en el circuito de Monza, aunque la primera prueba importante la disputó en septiembre de 2018 cuando Kipchoge paró el cronómetro en 2h 1m y 39s, 1m y 18s por debajo de la anterior marca.
Lo que para algunos es una evolución natural o un progreso necesario en el deporte, para otros son técnicas que ponen en duda la legalidad de estas prendas deportivas y lo comparan con la ingesta de sustancias que hacen mejorar el rendimiento físico. Quienes critican el uso de estas prendas, se amparan en el artículo 143 del Reglamento de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF): “Las zapatillas no deben estar construidas de tal modo que proporcionen a los atletas cualquier ayuda o ventaja injusta. Cualquier tipo de zapatilla debe estar razonablemente al alcance de todos en el espíritu de la universalidad del atletismo”. Sin embargo, este calzado se continúa comercializando y es habitual verlo en las pruebas deportivas.
Para José Luis Chicharro, profesor de fisiología deportiva de la Universidad Complutense de Madrid, “utilizar unas zapatillas con resortes que aumente la fuerza de propulsión sí sería considerado dopaje, pero utilizar unas de mínimo peso y gran capacidad de amortiguación genera muchas dudas por lo que [las autoridades] deben analizar cada caso para conocer si su uso puede tener un rendimiento potencialmente ventajoso respecto al resto de deportistas”, indica.
Froome, utilizó un tejido polémico
Esta polémica también se ha trasladado a otros deportes. Si hablamos de ‘dopaje’, el ciclismo es el deporte más salpicado por esta palabra. En el Tour de Francia del año 2017, el equipo SKY fue acusado de utilizar en su maillot un tejido especial llamado Vortex para cuatro de sus ciclistas en la contrarreloj inaugural de la ronda gala, con el que supuestamente ganaron capacidad aerodinámica.
En octubre de 2018, la Unión Ciclista Internacional (UCI) prohibió su uso alegando que “ningún implemento puede modificar la morfología del corredor ningún implemento o dispositivo, sea esencial o no. Las modificaciones en la superficie de la ropa hasta un milímetro, siempre y cuando se deban al tejido”, algo que la tela utilizada por el equipo británico no cumplía.
La natación también vivió su polémica con este asunto. La marca de bañadores Speedo creó un traje de baño diseñado por la NASA. Sus costuras permitían comprimir el cuerpo de tal forma que la carga hidrodinámica que hacía ganar décimas de segundo con respecto a quien no vestía con ese bañador. La FINA (Federación Internacional de Natación) acabó prohibiendo la prenda aunque en los Juegos Olímpicos de 2008, algunos nadadores compitieron con él.
El debate sobre la prohibición del uso de la tecnología en las prendas deportivas continúa sin una legislación clara al respecto. Es el organismo competente en cada disciplina el encargado de regular su uso.
“Si los avances están disponibles para el resto de competidores y no modifican esencialmente los factores limitantes de rendimiento de cada disciplina, no se debería poner límites a la innovación en tecnología”, opina Chicharro, aunque considera que “[los organismos reguladores] deberían adaptarse a los cambios, igual que se hizo con las zapatillas de clavos o el material de las pértigas”, añade.
‘Dopaje tecnológico’ desde 1957
Estos casos se llevan sucediendo desde hace décadas. El saltador soviético Yuri Stepanov saltó 2,16 metros gracias a un calzado diseñado por Nike, una altura que dejaba sin un récord del Mundo a Estados Unidos, que lo tenía hace 44 años. El secreto de su éxito se basó en una suela de un grosor de cinco centímetros, toda una novedad para la época. Eran tiempos de la Guerra Fría y el saltador no pudo soportar la presión y acabó suicidándose en 1963.
En el atletismo, el tartán cubrió las superficies de las pistas de los Juegos Olímpicos de Mexico en 1968. Puma volvió a innovar con el calzado de los atletas y sustituyó los seis clavos habituales por 68 puntas pequeñas como si se tratase de un cepillo, lo que hizo ganar unas décimas a Tommie Smith y ganar la prueba de los 200 metros lisos, aunque poco después la marca alemana Adidas presionó por su prohibición hasta que lo consiguió.
[Más información: Los secretos de Tom Brady: desde la dieta vegana a un pijama de recuperación]
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