Orlando ya es de los nuestros.
El apellido Ortega desprende aromas narrativos. A la leyenda del poderoso torero, cuya presencia recogieron los Descalzos en el parque Jane Fonda y Robert Redford, le ha seguido estos años la historia de un empresario que comenzó de la nada para conseguir un imperio universal.
Ahora ya tenemos un Ortega que contar en el deporte con el tono dramático que tanto nos emociona por entroncar con nuestras raíces populares: el héroe que se queda a las puertas de la hazaña abatido por la desgracia y, que, por ello, acogemos con más emoción en nuestra letanía de personajes desventurados. Tres Ortegas, un mismo apellido y tres nombres que suenan como escritos por una misma mano: Domingo, Amancio y Orlando.
La injusticia se acrecienta cuando se repite sin penitencia para el causante ni resarcimiento para el oprimido. No es la primera vez que el vallista jamaicano Omar McLeod, campeón olímpico en Río 2016, es acusado de invadir la calle próxima por bracear fuera de sitio.
Este mismo año, el ruso Sergey Shubenkov sufrió un percance similar que denunció en las redes sociales, en las que encontró el apoyo de Orlando, hartos los vallistas de tener que sufrir los desmanes técnicos del atleta jamaicano, rápido y potente, aunque poco respetuoso con una ortodoxia que le obliga a no traspasar las líneas que delimitan las calles.
Por eso se quejaba nuestro Ortega. Tanto por la reincidencia como por el escaso premio de su trabajo constante en busca de una técnica limpia, fluida y ejecutada para no obstaculizar a nadie. Como mandan los cánones y, sobre todo, el reglamento. "Acepto roce y choques de manos, pero esto es demasiado. En un deporte tan hermoso técnicamente no se puede seguir permitiendo".
Su lamento no tenía que ver tanto con la medalla perdida, sino con la inoperancia de la IAAF, con un resultado anunciado que los responsables no han sabido evitar. Una injusticia flagrante que tarde o temprano se iba a producir en un gran campeonato.
Orlando Ortega ha perdido una medalla, pero ha ganado mucho afecto entre los españoles. Nos cuesta ver a uno de los nuestros en el recién llegado que apenas conocemos, del que poco sabemos y al que casi no hemos oído hablar. El paso del tiempo reduce estas distancias. Después de unos cuantos campeonatos y pruebas ya apreciamos su capacidad competitiva y su discurso alegre, sentido y saltarín.
La de ayer fue la ocasión en la que pudimos sentir su lamento por el trabajo perdido de un año, junto al agradecimiento a la afición y a todos los que le apoyaron en este trayecto. Ayer fue la ocasión en la que el Orlando doliente perdió una medalla pero se añadió a la lista de los Ortegas y al elenco de nuestros protagonistas desdichados y queridos. Ayer, por fin, se convirtió en uno de los nuestros.