En unos años, puede que Garbiñe Muguruza no sea nadie. Quién sabe. El deporte, a menudo, golpea con sus imponderables a los que dan por sentado el futuro. Sin embargo, sería de necios no percibir el optimismo que desprende su figura en los últimos tiempos. La hispano-venezolana, a sus 22 años, lo tiene todo para buscar próximamente un lugar entre el firmamento de estrellas del tenis mundial. ¿Exagerado? No lo parece. Su victoria contra Bacsinszky en el Open de China (7-5; 6-4) la aúpa hasta el cuarto puesto del ránking WTA, a un punto de Maria Sharapova, tercera.
El segundo triunfo WTA de su carrera capituló como sólo lo pueden hacer las buenas historias. Garbiñe llegó al torneo lesionada, pero se sobrepuso a los dolores hasta tocar el cielo de Pekín: remontó contra Lucic-Baroni e hizo lo propio contra Agnieszka Radwanska. Y en la final no iba a ser menos. Ante Bacsinszky, volvió a ir de menos a más. Comenzó por debajo en el primer set (2-5) y acabó dándole la vuelta (7-5). Desde entonces, la suiza, que estuvo a punto de dejar el tenis por una lesión, tuvo que nadar a contracorriente sin llegar a tocar la orilla.
Garbiñe, en progresión constante desde que se presentó en Wimbledon ante el gran público, no goza todavía de la perfección que la pueda aupar entre las más grandes, pero tiene entre sus virtudes el tesón que en otro tiempo llevó a Rafa Nadal a ser el número uno mundial. En estos momentos, cede demasiados servicios (tres en el primer set). Sin embargo, ya no pierde la cabeza ante situaciones adversas. De un tiempo a esta parte, ha aprendido a no perder los nervios y ser paciente. Su actitud, arrebatadora sobre la pista, se tranquiliza en los momentos precisos.
La hispano-venezolana, antes de la final, reconocía ante la prensa que tenía que aprender a controlar sus emociones. Tendré cara de póquer, confesaba. Sin embargo, ese rostro gélido, ausente de emociones, duró tan sólo una hora. Garbiñe aguantó su carácter hasta soltar un grito de alegría tras el primer set. Y ahí se acabó la tranquilidad. Desde entonces, como si fuera un torbellino, se fue comiendo con ráfagas de viento a la suiza, que tras empatar (2-2) en el segundo set, ya no pudo resistir ante la agresividad –en el buen sentido de la palabra– de Muguruza.
Su figura emergió en Wimbledon como sorpresa y se ha erigido en realidad con el título en el Open de China. La semana que viene, si se lo permiten sus problemas físicos en el tobillo izquierdo y el muslo derecho, disputará el Open de Hong Kong. De no ser así, su próxima cita serán las finales de la WTA (del 25 de octubre al 1 de noviembre) en Singapur. Y lo hará en un estado de forma envidiable y, como dijo tras perder la final de Wimbledon, “sin ponerse límites”. Porque la realidad es que, ahora mismo, no parece que los tenga.