Los expertos suelen compararla con un laboratorio, donde todas las situaciones posibles están bajo control para poder realizar las pruebas y los experimentos sin correr riesgos. El lunes por la noche, Rafael Nadal inició la conquista del único gran título que le falta padeciendo las consecuencias de la pista cubierta del O2 Arena de Londres, que como todas las superficies bajo techo anula las condiciones climatológicas (sol, calor, humedad y viento), inhabilita los efectos extraños de la pelota (malos botes o cambios de dirección inesperados) y premia a los jugadores de ataque, que en esa atmósfera hermética tienen barra libre para multiplicar su agresividad, apuntando y disparando sin pensar en nada más.
En su primer partido en la Copa de Maestros, el campeón de 14 grandes ganó 6-3 y 6-2 a Stan Wawrinka, que hace unas semanas le había derrotado en esas mismas condiciones (cuartos de final de París-Bercy) y consiguió un importante triunfo para llegar a las semifinales, pese a que aún debe medirse a Andy Murray (el próximo miércoles) y a David Ferrer (el viernes). La pregunta, como cada año, vuelve a ser evidente: ¿por qué nunca ha sido maestro de maestros?
“El problema es que juego contra los mejores del mundo en mi peor pista”, radiografía Nadal, que bajo techo gana un 67,9% de los partidos que disputa, lejos del 77,3% que abrocha en hierba y cemento y del impresionante 92% que suma sobre tierra batida. “En la mayoría de los casos, posiblemente es una de las mejores superficies de mis contrarios”, asegura sin citar los números de Roger Federer (80,5% de triunfos en indoor), Novak Djokovic (78,1%) o Andy Murray (77,3%).
“Soy consciente de que es un torneo más complicado por las condiciones. Las opciones de ganar son menores, pero no es imposible”, prosigue el mallorquín, que durante su carrera se ha topado con una barrera infranqueable intentando coronarse en el último torneo del curso. “He jugado muy bien en pista cubierta, haciendo dos finales aquí [2010 y 2013] y ganando muy buenos partidos. Este año he hecho final en Basilea derrotando a jugadores del máximo nivel, en París-Bercy estuve cerca de conseguir llegar a semifinales, gané en Madrid hace muchos años [2005] pero es muy difícil”.
La vitrina de Nadal, con una impresionante colección de 14 grandes, 27 Masters 1000, una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y otros 26 títulos, está huérfana de una Copa de Maestros, el trofeo que la mayoría de campeones poseen. “Quizás, suena un poco extraño que siendo uno de los tres o cuatro mejores de la historia no haya podido ganar este torneo”, reflexiona Carlos Moyà, finalista de la prestigiosa cita en 1998. “No son sus condiciones favoritas, cosa que no ocurre con varios de sus rivales”, continúa el mallorquín. “Son jugadores con poco margen de error.
A ellos les encanta las condiciones perfectas, sin sol ni viento. Al estar fuera se enfrentan a todo eso. Por ejemplo, en tierra batida la pelota bota un poco más. Nadal se suele sobreponer a esos elementos muy bien y tiene cierta ventaja”, insiste sobre el juego del número cinco. “Además, es un jugador que necesita ritmo y partidos.En los torneos grandes tiene las tres o cuatro primeras rondas para ir cogiendo confianza y ajustando su nivel. A partir de cuartos de final, es capaz de dar lo mejor que tiene. Los primeros partidos aquí son contra jugadores que están entre los ocho primeros del mundo”, se despide el ex número uno del mundo, que algo sabe del tema porque se quedó a un set de ganar el torneo en Hannover, cuando Àlex Corretja le remontó una diferencia de dos parciales.
“Nadal siempre ha llegado un poco cansado a final de año”, le sigue Albert Costa, que disputó dos veces la Copa de Maestros en su carrera (1998 y 2002). “Ha estado muchas temporadas ganando uno, dos e incluso tres torneos del Grand Slam. Es difícil llegar a la última cita del curso al 100%”, prosigue el ex número seis mundial, que presenció el partido ante Wawrinka en Londres tras asistir a una reunión de la ATP con todos los directores de los torneos que forman el circuito (Costa ejerce el cargo en el Conde de Godó de Barcelona). “Pero está claro que la pista no se adapta del todo a su juego, al ser cubierta y de bote bajo”.
La explicación es bien sencilla. “A la pelota no le llega aire, se mueve menos y el punto de impacto siempre es más limpio”, desgrana Francis Roig, uno de los técnicos del balear. “El rival toca más bolas bien, golpea mejor y además tiene más precisión”, continúa el entrenador catalán, que conoce bien la enorme diferente que existe al jugar bajo una bóveda.
“El inicio de la jugada también es clave porque el saque y el resto son más importantes que al aire libre. Sabemos que el servicio de Nadal no es su mejor golpe. Sin tener un mal resto, evidentemente, quizás no está a la altura de Djokovic, Murray o Ferrer. Él tiene un resto más de tierra batida, colocándose retrasado, aunque últimamente está trabajando en cambiarlo”, cuenta, remarcando el trabajo que llevan haciendo durante todo este año. “Por otra parte, desde que cambió el formato, la Copa de Maestros es a tres sets. Todo va más rápido y el rival tiene que jugar bien durante menos tiempo para hacerle daño. Normalmente, a Nadal los partidos largos le van bien, pero aquí no tiene tanto el control de los encuentros”, asegura.
“Ahora mismo no llega con la confianza para ganar una Copa de Maestros, pero puede hacer un buen papel”, cierra Roig, uno de los que confía en ver a Nadal celebrando la copa antes de colgar la raqueta.
“¿Y cuando vienes aquí piensas que es el único gran título que te falta?”, le preguntaron al mallorquín en sala de prensa. “No”, respondió, mezclando contundencia y despreocupación. “Es como si cuando Federer va a disputar unos Juegos Olímpicos se pone a pensar que es lo único que le falta. Yo hago mi carrera y al acabar veremos lo que hay. No tengo ninguna obsesión por ganar la Copa de Maestros, ni mucho menos. He ganado más de lo que esperaba”. Lo sabe Nadal mejor que nadie: desentrañar los misterios del laboratorio es lo único que le separa de redondear un currículo histórico.