No he amañado un partido de tenis en mi vida. Lo puedo decir más alto, pero no más claro. Me quedé de piedra cuando el lunes aterricé en Dubái para hacer una escala de camino a Barcelona después de haber terminado mi participación en el Abierto de Australia. Encendí mi móvil y tenía cientos de mensajes, que han ido multiplicándose con el paso de las horas hasta rozar lo absurdo.
Mensajes de ánimo, mensajes interesándome por mí, mensajes haciéndome preguntas, mensajes de números que no tengo en mi agenda. Mensajes, evidentemente, apuntando hacia el mismo tema: haber formado parte de un presunto amaño en el partido de dobles mixto que David Marrero y yo perdimos contra Lukasz Kubot y Andrea Hlavackova en Melbourne.
¿”Presunta culpable de qué”? ¿Pero qué demonios es todo esto? Esas preguntas se agolparon en mi cabeza tras ver cómo una noticia del New York Times había dado la vuelta al mundo, junto con mi foto y mi nombre.
Sí, es cierto que después de jugar el encuentro de dobles estuvimos hablando con dos periodistas de ese periódico, que nos llamaron a sala de prensa tras la derrota. Según nos contaron, nuestro partido había generado una cantidad inusual de apuestas a favor de la otra pareja. ¿Y qué culpa tenemos nosotros de eso? La conversación con la prensa no tuvo nada destacable, como tampoco el partido: perdimos porque ellos fueron mejores, mucho mejores.
Kubot y Hlavackova son campeones de Grand Slam, no necesitan más presentación que esa. ¿Es raro que nos ganaran por un marcador holgado y en poco tiempo? ¿Es raro que mi compañero cometiera algunas dobles faltas? ¿Cuántos partidos acaban sin que ninguno de los jugadores haga una doble falta? ¿Es extraño que fallase un golpe sencillo? ¿Cuántos errores imposibles se ven a diario en cualquier torneo? Algo está claro: si queremos ver fantasmas, seguro que los vamos a ver, aunque sepamos que no existen.
Como a todos, el escándalo de los amaños que se disparó al inicio del torneo me sorprendió. No tengo ni idea de si existen o no, es un tema que desconozco por completo y prefiero no hablar de lo que no sé. Personalmente, jamás se me ha acercado nadie a ofrecerme vender un partido. Ni lo he visto. Ni tampoco lo he oído. Ni por supuesto lo he hecho. ¿Estamos locos?
Llevo toda mi vida trabajando lo más duro que he podido para ser jugadora profesional. Sólo yo sé lo que me ha costado ganarme un lugar entre las 100 mejores de mundo. Sólo yo sé el camino que he recorrido. Tengo valores, mis padres se ocuparon de ello. No se me ocurría nunca traicionarme a mí misma de esa forma.
Tras el viaje, he intentado descansar en Barcelona. Cuando me he levantado, lo que parecía un grano de arena se ha convertido en un desierto. Estoy en todos los telediarios. Aparezco en todos los periódicos. Mi cara es portada de todos los diarios digitales. Incluso me han dicho que también lo han contado en la radio. Lara Arruabarrena y amaños. Amaños y Lara Arruabarrena.
Me da igual que también esté esa maravillosa y bonita palabra llamada presunción, mi nombre está irremediablemente manchado. Hay gente que ya ha empezado a insultarme por las redes sociales y me temo que sólo es el principio. Mi familia y mis amigos no se merecen esto. Y creo que yo tampoco me lo merezco.
Y es gracioso. Nunca en mi vida había tenido tanto protagonismo y ojalá que lo vuelva a tener algún día, aunque por haber ganado algo importante. No queda más remedio que aceptar que así funcionan las cosas. Sin pruebas, sin ninguna prueba, me toca afrontar una situación desagradable en la que me he visto enredada de sopetón, después haber tenido una carrera tranquila, sin otro problema que superar mis propios límites.
Antes de hacer trampas, rompería la raqueta en mil pedazos con mis propias manos. No soy una tramposa. No he amañado un partido en mi vida. Así que aquí estoy, preparada para que me investiguen de arriba a abajo si es necesario. No tengo nada que esconder. No he hecho nada malo. Qué ilusa. Cuando me monté en el avión de vuelta a España estaba feliz porque había empezado el año jugando bien.
*Lara Arruabarrena es tenista profesional y número 86 del ránking mundial de la WTA.