Tras ganar el Abierto de Australia (6-1, 7-5 y 7-6 a Andy Murray en la final), Novak Djokovic se subió en una silla para celebrarlo pegando su cabeza a la de Boris Becker, el hombre que le ha ayudado a gestionar los momentos más importantes de su carrera desde finales de 2013. Luego, abrazado a la copa de campeón, el serbio se paseó por la Rod Laver Arena exhibiendo el trofeo a los aficionados. Sin perder nunca la tranquilidad, el número uno del mundo dio una lección de madurez en la victoria, algo que había echado en falta durante los primeros años de su carrera.
A los 28 años, y protegido por esa calma, Djokovic compite con una meta clara: ser el mejor de siempre, superar a todos los que tiene por delante y quedarse solo en la cima de la historia. Y va muy en serio.
“El lobo que está subiendo la colina y corriendo por la montaña está más hambriento que el que ya está arriba”, se arrancó Djokovic, utilizando una metáfora para explicar que ahora debe estar más alerta que nunca. “Todos mis rivales están luchando cada semana por llegar al número uno”, prosiguió el serbio. “Todos están hambrientos por ser el número uno. Y yo lo sé, por eso no puedo permitirme relajarme y disfrutar”, añadió.
“Pienso que uno tiene que trabajar el doble cuando está arriba. Quiero mejorar, como todos. No estoy aquí por haber jugado el mismo tenis del año pasado, estoy jugando mejor. Siempre intento mejorar, no sólo técnicamente o tácticamente, sino también mentalmente”, señaló el campeón de 11 grandes, que lleva tiempo demostrando esos avances sobre la pista.
El sexto triunfo en Melbourne abrió de par en par las puertas de algo que parecía imposible tiempo atrás: Djokovic está en disposición de pelear por una de las butacas más privilegiadas del mundo del tenis. Igualados Rod Laver y Bjorn Borg en grandes (ambos tenían 11), el serbio ya mira sin medianías a las leyendas más destacadas de su deporte. No hace falta esperar más, desde hoy Nole pelea por la eternidad.
A por el récord de grande y más
La estadística es de fácil interpretación. Desde 2011, el número uno ha celebrado 10 de los últimos 21 grandes, construyendo el corazón de su carrera en poco más de cinco años (hasta entonces sólo había ganado uno, el Abierto de Australia de 2008). El equipo del serbio sabe que Djokovic es capaz de aguantar varios años más al máximo nivel, lo que le colocaría en una ventajosa situación para seguir alimentando su currículo de títulos del máximo prestigio.
Con la mirada puesta en Roland Garros, el único Grand Slam que le falta para cerrar el círculo compuesto por las cuatro copas más importantes, Nole tiene en su mano la posibilidad de alcanzar a Nadal este mismo año (el mallorquín tiene 14) y de seguir acercándose a Federer (que suma 17, más que nadie). No es una utopía: en 2015 se quedó a una sola victoria de reinar en las cuatro catedrales del circuito, únicamente frenado en París por Stan Wawrinka en el encuentro decisivo.
“Nunca doy nada por hecho”, dijo el serbio, deteniendo la euforia frente a las preguntas de los periodistas. “Pese a que he ganado cuatro de los últimos cinco torneos de Grand Slam, aunque he estado en la final de todos ellos. Es fantástico y estoy muy orgulloso de ello, como todo mi equipo. Hemos trabajado muy duro para estar en esta posición y debemos disfrutarlo. Hay que saborear cada momento porque estos son los torneos que valoramos, donde todos queremos jugar bien y ganar”, confesó. “Sin ninguna duda, he jugado el mejor tenis de mi vida durante los últimos 15 meses. Todo me va bien a nivel personal. Me convertí en marido y padre, tengo una familia. Estoy en un momento donde todo funciona en armonía. Espero que siga así”.
Tras arrancar el año de forma impecable (títulos en Doha y Melbourne), Djokovic tiene un interesante 2016 por delante. Afianzado como número uno (se ha garantizado superar las 200 semanas, pase lo que pase), el serbio puede superar el récord de Masters 1.000 que posee Nadal (27, por sus 26 títulos), pelear por la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río (un tesoro de gran valor por las pocas oportunidades que tiene un jugador de conseguirlo), estirar su legado en la Copa de Maestros (cinco veces campeón, a una de la marca de Federer) e incluso ayudar a Serbia a ganar otra Copa Davis. En consecuencia, se enfrenta a una temporada que podría cambiar para siempre su vida en la élite.
Sin amenazas en el horizonte
Djokovic afronta el desafío de ser el mejor de siempre desde dos pilares fundamentales. Primero, sabe que ahora mismo no hay nadie que pueda hacerle frente de forma continuada. Un mes ha bastado para comprobar cómo el número uno ha reducido a sus tres máximos enemigos (Nadal, Federer y Murray) con marcadores abultados, sin necesidad de ir al límite, dominando por primera vez todas esas rivalidades (69-54 en total, un disparate). Si Nole ha domado a la generación de jugadores conocida como The Big Four, esa que asombró al mundo por sus conquistas, qué no será capaz de hacer con el resto (163 victorias contra el top-10).
Y segundo, no hay ningún jugador joven que pueda amenazar su estatus a largo plazo, no hay un rostro desconocido que le genere inquietud. Kei Nishikori (26 años), Milos Raonic y David Goffin (25), Bernard Tomic (23) o Dominic Thiem (22) son algunos de los tenistas que deberían tener peso el día de mañana. Ninguno de ellos, sin embargo, parece capacitado para discutir la tiranía de Djokovic durante un período prolongado de tiempo. ¿Ganarle un partido? Posible, claro. ¿Detener su viaje hacia el infinito? Complicado.
“Pero yo no quiero permitirme pensar en eso”, argumentó el serbio, desechando la idea de la cabeza. “Si uno lo hace, se convierte en una persona demasiado arrogante y piensa que está por encima del resto”, declaró. “En ese caso puedo recibir una bofetada del karma muy pronto. Quiero seguir las mismas rutinas, continuar con las cosas que he hecho estos años y que me han ayudado a llegar hasta aquí. Hay que ser humilde y discreto, pero también estar satisfecho de lo que uno ha logrado”, remarcó. “Sigo estando hambriento”.
Así, y tras tomar Melbourne de nuevo, Djokovic dejó un discurso lleno de intenciones, sostenido en varios ejes. El serbio sabe dónde está. Conoce los peligros que podría conllevarle caer en la autocomplacencia. Tiene claro que debe seguir mejorando, aunque roce la excelencia. Quiere ser el mejor y está en una posición envidiable para conseguirlo.