Al final de la mañana estadounidense, la victoria de Novak Djokovic sobre Rafael Nadal (7-6 y 6-2) clasifica al serbio para la final del torneo de Indian Wells (se medirá a Milos Raonic, vencedor 6-3, 3-6 y 6-3 ante el belga Goffin) y le deja a un solo triunfo de igualar el récord absoluto de Masters 1000 (27, en posesión del mallorquín). La derrota, sorprendentemente, también descubre a un jugador recuperado para aspirar a cosas importantes si su progresión alcanza la etapa final, lo que parece probable.
Hay cosas que han cambiado: Nadal se despide tras competir de nuevo contra el serbio, algo que no había logrado en casi dos años. Hay cosas que no han cambiado: desde 2011, la temporada de su explosión definitiva, Djokovic ha ganado 18 de los 25 partidos que ha jugado contra el español y amenaza con seguir haciéndolo en el futuro.
De inicio, Nadal quiere aprovechar la gasolina mental de su excelente victoria contra el japonés Nishikori, el último paso de una semana que le ha visto recuperar la alegría en su juego y la actitud ganadora. El mallorquín ataca el cruce con confianza, decidido a olvidarse de que lleva muchos partidos sin hacerle cosquillas a Nole (cinco derrotas seguidas, ni un set ganado de los últimos 11 disputados y una colección de marcadores abultados). Sabe, en cualquier caso, que la última palabra depende de Djokovic, que la victoria pasa por su raqueta porque desde hace tiempo es superior y ahí están los números para gritarlo a los cuatro vientos.
A diferencia del español, el número uno aterriza en la semifinal después de jugar a trompicones durante todo el torneo (primer parcial perdido ante el estadounidense Frantangelo y encuentros duros contra Philipp Kohlschreiber y Jo-Wilfried Tsonga). El inicio de partido frente a Nadal no despeja ninguna de esas dudas: con dos dobles faltas en su primer juego al saque, Djokovic cede el servicio (0-2) y por primera vez en mucho tiempo firma un arranque gris ante su máximo rival de siempre.
Aunque pronto consigue nivelar el cruce (2-2), el serbio tiene un problema porque 12 errores no forzados en cuatro juegos son demasiados para un jugador habituado a competir desde la fiabilidad. El campeón de 11 grandes se está desangrando y lo está haciendo por el lado del revés, su tiro favorito. Para Nadal es como si le hubiesen dicho que le ha tocado la lotería: vía libre para castigar con su derecha combada el golpe a dos manos de Djokovic, que no aprovecha para atacar ni cuando las bolas del mallorquín se quedan cortas.
El español, claro, tiene gran parte de culpa en el enredo de su contrario. Su planteamiento está lleno de buenos golpes, profundos y con intención. Si hay una imagen que refleja la recuperación de Nadal, si hay una fotografía que subraya su paso al frente, es la posición en la pista: adelantada, decidido a ir a buscar la pelota aunque eso pueda costarle los zarpazos de su oponente. Al abordaje, que no hay otra solución para frenar a este animal competitivo.
El partido se vuelve tremendamente exigente cuando Nadal salva dos bolas de break en el ecuador de la primera manga (3-3 y 15-40). Djokovic ha dejado atrás sus dudas del principio. Ya se parece al indómito competidor que lleva años dominando el circuito con puño de hierro. Ya ha reducido el número de fallos, afilando progresivamente sus golpes. Ya está peleando a corazón abierto por el pase a la final. Ahí, de igual a igual, es cuando el reto pasa a ser mayúsculo para el español, porque para que el número uno falle una bola se tienen que alinear los planetas.
Nadal, que tiene una pelota para ganar la primera manga al resto (5-4 y 30-40), llega al tie-break compitiendo al límite, abrazado a su mejor nivel en muchos meses. Djokovic demuestra entonces que puede subir una marcha más, que se ha guardado un poco de su tenis más valioso por si lo necesitaba.
El serbio se coloca rápidamente 4-1 y le da igual que su rival consiga desmontarle esa ventaja (5-5) porque está mejor preparado para gestionar la presión de una muerte súbita después de vivir constantemente momentos similares. En consecuencia, abrocha el primer parcial y aúlla porque ha sufrido de lo lindo.
Así, y después de perder la primera manga en una hora y 10 minutos, Nadal todavía tiene espíritu para aguantar las embestidas de Nole, jugando a un nivel imperial. Son cuatro juegos (hasta el 2-2) fantásticos, de un tenis de cinco estrellas. Eso no son bolas, son balines de guerra. Cada intercambio se compite con sangre. Aplaude el público, encantado con un episodio apasionante de la rivalidad más repetida de la historia.
Hasta que Djokovic dice basta. Ya está, fin de la función. Un punto por delante, el número uno cierra pronto la puerta al mallorquín y le despide con merecimiento: en un fantástico tramo final (de 2-2 a 6-2), el serbio se reencuentra con sus tiros irreales, de escuadra y cartabón, y silencia todos los buenos argumentos del campeón de 14 grandes. Así se clasifica para su final número 88 (tercera de 2016), arrasando por todo lo alto.
Nadal, que se marcha derrotado, sacará una buena conclusión cuando la cicatriz se apague. Por fin, y han pasado mil cosas por el camino, el mallorquín vuelve a sentirse un jugador capaz de mirar a los ojos de cualquier rival y en ese grupo también está Djokovic. Con la gira de tierra batida a la vuelta de la esquina (desde el próximo 9 de abril en Montecarlo, antes jugará el Masters 1000 de Miami), eso no es cualquier cosa.