Murray frena en seco a Nadal
El británico derrota 7-5 y 6-4 al campeón de 14 grandes en las semifinales de Madrid y corta su racha de 13 victorias seguidas.
7 mayo, 2016 15:48Noticias relacionadas
Con la cabeza agachada, Rafael Nadal se despidió de Madrid después de perder un partido que nunca controló, competido a tirones y con más corazón que tenis. La victoria de Andy Murray (7-5 y 6-4 en 2h11m) dejó al español fuera de la final del Mutua Madrid Open, rompió su racha de 13 triunfos seguidos (la mejor desde el verano de 2013) y clasificó al británico para defender su corona de campeón, que intentará revalidar este domingo ante el vencedor de la otra semifinal, la que disputarán esta tarde Novak Djokovic y Kei Nishikori.
Fue un partido brillante de Murray y gris de Nadal. Como en Montecarlo, el británico apostó por tomar la iniciativa desde la agresividad, dando un paso adelante para marcar territorio. Como hace unas semanas, el resultado no tardó en llegar: en 25 minutos, Murray mandaba 4-1 y Nadal había perdido la manija del encuentro. Falto de consistencia para detener los ataques de su contrario, el mallorquín se encontró con un break sin hacer nada extraordinario cuando el número dos sacaba para ganar la primera manga (con 5-3). Así, el español volvió al partido (5-5) y a Murray se le vino el mundo encima imaginando lo que iba a pasar a continuación.
Ya está, la historia se va a volver a repetir una vez más, debió pensar el británico. Va a ocurrir lo mismo de siempre, se repitió seguro Murray observando cómo el español ganaba en solidez y endurecía el cruce. Si pronto llegaron esos fantasmas, con Nadal apretando los dientes hasta casi hacerse sangre, pronto se fueron, espantados por las buenas intenciones del campeón de dos grandes. A diferencia de otras partidos, donde el número dos arrancó excepcional y Nadal acabó dándole la vuelta, Murray consiguió apagar la rebelión del mallorquín, sin bajar nunca de un nivel muy por encima del notable.
“¡Rafa! ¡Rafa!”, canturreó el gentío a coro, intentando que el mallorquín creyese en la remontada tras apretar el marcador. “¡Venga! No me jodas”, bramó Nadal después de que su rival conectase un resto fulminante a la línea, rompiendo sus defensas como un niño que estruja entre sus manos un gusanito. Con ese golpe cargado de mala baba, una bola convertida en demonio, Murray cerró la primera manga y lo gritó bien alto: estoy aquí para defender el título que tanto me costó conseguir el año pasado y me da igual si delante tengo al mejor jugador de la historia sobre tierra.
IMPECABLE MURRAY
Casi durante toda la mañana, Murray jugó un tenis colosal, construyendo un partido impermeable. Nadal, en cualquier caso, dejó que eso fuera posible con algunas decisiones que podrían haber cambiado el desarrollo del encuentro. El británico orilló al número cinco con un revés teledirigido, técnicamente impecable. Como Nadal se empeñó en buscarle las cosquillas a su oponente por esa zona de la pista, como sorprendentemente siguió intentando que Murray hiciese aguas por el mejor flanco de su juego, el británico disfrutó de un puñado de ocasiones para montarse encima de la bola y gobernar a placer los peloteos, un esquema repetido mil veces.
Pese a ganar el primer parcial, Murray se pasó el resto de la semifinal escupiendo insultos al aire. Obligado a gestionar varias situaciones de presión durante el segundo set, el número dos escuchó a la grada celebrar sus errores, como cuando estampó una volea contra la red o cuando cometió una doble falta. Envuelto en un ambiente de Copa Davis, el británico se hizo grande. Gritad más, que voy a ganar, vino a decir con sus gestos amenazantes. Así, rompió el servicio de Nadal con 3-2. Salvó un 15-40 con 4-2, cuando el camino hacia la final estaba iluminado. Hasta que llegó su prueba más importante en toda la semifinal, que también superó estupendamente.
“¡Sí, se puede! ¡Sí, se puede!”, atronó la grada cuando Nadal consiguió lo imposible. Con Murray sacando por el encuentro (5-3), el mallorquín le rompió el saque y llenó de puños el cemento, levantado a la gente de los asientos. Fue una amenazada con segundos de vida: el británico le devolvió la rotura y rugió bien alto. Por segundo año consecutivo, está en la final del cuarto Masters 1000 de la temporada y por el camino ha dejado a Nadal. Casi nada para un jugador al que le habían repetido durante toda su vida que la tierra batida no estaba hecha para él.