Hay una fotografía de Garbiñe Muguruza después de ganar Roland Garros el sábado que parece el extremo de un hilo que invita a tirar. Aparece ella sentada en un banco de los vestuarios, con la copa Suzanne Lenglen agarrada sobre el regazo. Sonriente. Ya sin zapatillas. Sobre el banco también se ven un ramo de flores, una chaqueta, un trofeo más pequeño, y un estuche de Möeh & Chandon con un calcetín usado encima. El calcetín es el que le falta en el pie izquierdo.
Ahí asoma el reverso de la alegría de un logro formidable. Tiene vendados juntos los dos primeros dedos de ese pie: el gordo y el siguiente. Y lleva otra protección en la parte delantera de la planta, la zona del metatarso. El otro calcetín sigue en su sitio, aún salpicado de tierra justo por encima de donde estuvo la zapatilla antes de descalzarse en el vestuario. Un poco más arriba, al terminar el calcetín, asoma otro vendaje.
Siguiendo el rastro de esa protección del tobillo derecho se llega a algo que contaba el sábado Rafael Plaza en EL ESPAÑOL. En 2013 tuvieron que operárselo por una osteocondritis del astrágalo, el hueso del pie que conecta la tibia y el peroné, también conocido como taba. Con las de las patas traseras del cordero y una pelota, se jugó mucho en España en los cincuenta y los sesenta. Mucho antes, sus seis caras sirvieron para algunos entretenimientos de azar, por lo que también puede verse como el antecedente del dado. El hueso del azar, podríamos llamarlo, y seguir tirando hilo del astrágalo, pero con Muguruza hay que detenerse en esos seis meses sin apoyar el pie que le ordenaron en 2013, y en la rebelión de ella. Se viste de tenista, coloca una silla en medio de la cancha y durante semanas se sienta allí a devolver bolas.
El arrebato de la escena podría llevar a pensar que el vendaje que asoma en el tobillo derecho es capaz de explicar toda la fotografía: la sonrisa, el trofeo, el champán. Pero el dolor que esconden los calcetines de Muguruza recuerda también otra escena más reciente. En marzo, en Indian Wells, Muguruza se rinde ante algo aparentemente mucho menor. Después de perder el primer set, en el segundo va por detrás de Christina McHale, hoy número 67 del mundo. Existe un vídeo célebre de aquel hundimiento entre lágrimas. "No quiero jugar más -le dice a su entrenador-. ¿Crees que voy a pelear estando 3-0 abajo en el segundo set?". Regresa a la cancha, pierde 6-1 y reconoce que McHale ha estado mejor. La escena suena mucho menos heroica que la de la silla, pero de algún modo también se encuentra contenida en la imagen de París.
De ese momento en el vestuario de Roland Garros, hay otra fotografía casi idéntica en la que ella abraza la copa. También están el trofeo pequeño, la chaqueta gris y las flores. Faltan el estuche de champán y el calcetín izquierdo usado, que se ve que viajan juntos.