Es ley de vida, hasta las leyendas se hacen mayores. Roger Federer tiene 35 años, Rafael Nadal cumplió 30 el pasado mes de junio y muy cerca están Novak Djokovic y Andy Murray (29). La bofetada de realidad es terrible porque el ocaso del grupo al que el mundo bautizó como The Big Four se acerca a toda velocidad y su desaparición es inevitable. Aunque alarguen sus carreras lo máximo posible, algo que los cuatro tienen en mente, hay algo claro: todos ellos están más cerca del final que del comienzo.
No hay mejor forma para entender la tiranía del cuarteto que repasar unos números cristalinos. Federer, Nadal, Djokovic y Murray han ganado 42 de los últimos 46 torneos del Grand Slam y 54 de los últimos 59 Masters 1000, una barbaridad estadística sin precedentes. Ningún grupo de jugadores ha capitalizado el circuito de esa forma, cerrando la puerta a otros tenistas que posiblemente en otra época habrían acabado con un botín bien distinto. Así, los directivos tienen por delante una carrera que no podrían ganar ni aunque llevasen patines en lugar de zapatillas. ¿Cómo se llena el vacío de la mejor generación de la historia?
“El tenis ha vivido una gran época”, cuenta Nadal tras vencer 6-1, 6-4 y 6-2 a Denis Istomin y llegar a la segunda ronda del torneo, donde se encontrará con el italiano Seppi, que derrotó 6-2, 3-6, 6-4 y 6-3 a Stephane Robert. “Ha habido jugadores que han creado afición, que han superado al propio mundo del tenis y han ido más allá”, prosigue el español, apuntando hacia la generación que comparte con el suizo, el serbio y el británico, los cuatro que llevan más de una década repartiéndose todos los títulos importantes del circuito.
“Eso ha ayudado al tenis a crecer, pero uno no puede confiar su suerte a que esto siga pasando, hay que crear un espectáculo acorde con lo que piden los seguidores”, continúa el campeón de 14 grandes. “Y aunque no me toca a mí decirlo, siempre se podrían introducir cambios, aunque evidentemente no fueran inmediatos. No para mi época, que nadie crea que pienso en beneficio propio, pero se podrían hacer estos cambios para que los jugadores los tengan en unos años”.
Más allá de los nombres propios que dominarán el circuito en unos años, algo que no se puede modificar, los cambios de los que habla Nadal van en un sentido claro: evitar que el juego se desvirtúe, que los puntos no se reduzcan a sacar y restar, que siga importando la cabeza y que jugar empleando la táctica sea algo posible. Como los jugadores son cada vez más altos y más fuertes, evolución genética en estado puro, y como las reglas no han cambiado ni una línea, todo sigue igual. La diferencia, sin embargo, no es cualquier cosa: Ivo Karlovic (211cm) Milos Raonic (196), Nick Kyrgios (193), John Isner (208), Taylor Fritz (193) o Reilly Opelka (211) pueden jugar al todo o nada aprovechándose de la genética sin encontrar barrera alguna.
“La evolución del deporte es importante para que no se pierda el atractivo de cara a los seguidores”, explica Nadal. “Llevo muchos años dando vueltas por el mundo, he jugado muchos partidos y los que han sido más emocionantes para los espectadores no han sido partidos donde los puntos se han decidido en dos bolas. Hablamos de partidos con puntos largos, disputados y en los que entra en juego la táctica”, añade. “Normalmente es lo que ha hecho grande al deporte y lo que ha hecho vibrar a la gente, al menos así lo he sentido yo desde dentro de la pista. Ahora, la dirección del tenis va un poco en otro sentido”.
Federer, Nadal, Djokovic y Murray, por supuesto, no han hecho carrera desde ese estilo de juego casi kamikaze. Ni siquiera el suizo, un amante del juego ofensivo que siempre quiere ser protagonista y marcar el cómo y el por qué, está cerca de esas etiquetas modernas, donde la única vía hacia la victoria es competir a pelotazo limpio.
“Si la gente va creciendo no se puede mantener la red a la misma altura porque se convierte todo en un juego de sacar”, reflexiona el número cinco del mundo. “El otro día vi un partido de voleibol, la final de los Juegos Olímpicos. Me dio la impresión de que remataban muy, muy fácil”, confiesa Nadal. “Los puntos que se recibían casi siempre los ganaba el que sacaba. Es muy complicado parar un remate de voleibol. En el tenis pasa un poco lo mismo, es similar. Siempre hay cambios para poder hacer, pero no me toca a mí decir cuáles son. Es una tarea para la gente que controla el mundo del deporte”, repite.
En consecuencia, el razonamiento es simple: si no hay jugadores que puedan igualar en carisma a los cuatro gigantes, algo que parece imposible a medio plazo, al menos que el juego no pierda interés y corra el riesgo de hacerse tan monótono que provoque una fuga de aficionados, desinteresados cuando los que han escrito las páginas más brillantes de la historia del tenis se marchen.
“Pero no hay nadie insustituible”, cavila el mallorquín. “Otra cosa es que en esta época nos hemos enfrentado los mismos jugadores en muchas ocasiones. Somos los que más veces hemos repetido partidos en la historia de este deporte”, reconoce el balear. “Eso quiere decir que hemos hecho las cosas casi mejor que en todas las épocas. Hemos estado más veces compitiendo por las cosas grandes los mismos que en otras épocas de nuestro deporte. Y eso sí que es difícil de repetir”, asegura. “El tenis es mucho más grande que cualquier jugador, o al menos lo debería ser. Por eso la gente que manda en el deporte, sea la ATP o la ITF, tienen que hacer el trabajo necesario para crear el espectáculo suficiente, el trabajo para el que tenis siga siendo grande. Eso es lo que todos queremos”.
La petición de Nadal no es imposible, es todo un milagro. La gallina de los huevos de oro, la que ha movido montañas en el mundo del deporte a todos los niveles, está cerca de decir hasta nunca.