Sentado en el sofá de su casa, Gael Monfils ve algo que le impresiona. Se juegan las Finales de la NBA y LeBron James lidera a los Clevelands Cavaliers hacia el primer anillo en la historia de la franquicia con una actuación estelar. Aunque es de los Knicks, fanático de Carmelo Anthony, el francés no puede evitar aplaudir al ver cómo el alero capitanea a los suyos y consigue lo increíble: ningún equipo había ganado el título tras ir perdiendo 1-3 la serie final hasta que LeBron se echó a los Cavaliers a la espalda el pasado mes de junio para acabar con los Warriors de Stephen Curry.
“Respeto mucho lo que LeBron James ha hecho este año”, reconoció el francés después de llegar a las semifinales del Abierto de Estado Unidos. “Lo que ha conseguido ha sido increíble, su mentalidad, el trabajo que hizo en las finales, cómo las ganó… Ha sido una gran inspiración para mí”, siguió Monfils, que buscará su primer final de Grand Slam ante Novak Djokovic, al que nunca ha ganado (0-12). “Si me pudiese encontrar con él… primero le diría: ‘Quiero hacerte un mate’. Luego le preguntaría de todo. Qué tal está, cómo es ser un líder, qué piensa sobre todo en general”.
Los lazos de Monfils con la NBA no son extraños, todo lo contrario. El francés es un jugador diferente al resto y no hace falta ser ningún experto para darse cuenta. Monfils es un atleta espectacular, capaz de convertir un punto común en una maravilla para guardar en vídeo. Habitual líder de la clasificación con los mejores tiros a final de temporada, el francés tiene mil recursos para devolver la bola. Saltos, giros imposibles, defensas prodigiosas y hasta lanzamientos en plancha para cazar una pelota envenenada.
En la primera ronda de este Abierto de los Estados Unidos, por ejemplo, Monfils rompió un reloj de la pista después de deslizarse persiguiendo un golpe ganador del luxemburgués Muller, su rival. Por acciones como esa, repetidas en cada partido, el público le ha identificado como el rey del espectáculo, un jugador por el que merece la pena comprar una entrada. El francés, en cualquier caso, es algo más que eso.
“Sinceramente, me hace reír”, respondió el número 12 cuando le preguntaron por esa etiqueta de hombre show que le persigue. “Cuando me lanzo a por la bola, cuando vuelo, no lo hago por la gente”, prosiguió. “Siendo honesto, ¿me arriesgaría a hacerme daño solo por la gente? No. Me tiro con todo porque quiero ganar el punto”, insistió.
“Que sí, que puedes hacer de un partido un show, que quieres entretener, pero lo principal es ganar. ¿Qué sentido tiene dar un espectáculo y perder? Ninguno. La gente piensa: ¡Oh! Vaya salto, vaya cortado. Total, ¿piensas que soy estúpido?”, cuestionó en voz alta. “Juego a tenis porque me divierte y porque amo este deporte”, razonó Monfils. “Si no fuera así, no me levantaría cada mañana para ir a entrenar. Hacer lo que hago implica mucho trabajo detrás”.
El francés solo ha jugado una vez las semifinales en un grande (Roland Garros 2008) y perdió contra Roger Federer. Desde entonces se ha movido por la zona noble de la clasificación sin terminar de explotar, combinando buenas actuaciones con otras más discretas. Este viernes, posiblemente a lomos de su mejor versión, tiene una buena ocasión para conseguir destaparse definitivamente: Djokovic es Djokovic, pero apenas ha sufrido exigencia (6 horas y 26minutos para llegar hasta la penúltima ronda del torneo después de tres abandonos, récord desde que se instauró el profesionalismo en 1968) y nadie ha probado realmente cómo está su maltrecha muñeca, la que le lleva dando problemas desde los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Inspirado por LeBron, que destronó a Curry cuando parecía imposible, Monfils tiene la oportunidad de dar un golpe en la mesa y apartar a Nole para llegar a una final de Grand Slam. A los 30 años, parece un momento inmejorable para intentar el mayor desafío que existe ahora mismo en su deporte.