Nada más abandonar el estadio Margaret Court, Garbiñe Muguruza se encuentra con el doctor Ángel Ruiz Cotorro, el médico de la Federación Española de Tenis, en el pasillo que comunica la pista con los vestuarios. Aunque acaba de ganar su partido de primera ronda en el Abierto de Australia (7-5 y 6-4 a Marina Erakovic), la española está blanca como una pared. Las lágrimas no aparecen de puro milagro.
Muguruza está en la segunda ronda del primer grande de la temporada, pero tiene el aductor de la pierna derecha dañado. La preocupación es evidente: la lógica dice que aguantar jugando así mucho tiempo es complicado, y más aún en un torneo tan exigente como un Grand Slam.
"Venía asustada de lo que había tenido en Brisbane porque tardó bastante en curarse", explica luego Muguruza ante los periodistas, acordándose de su retirada en las semifinales del primer torneo del año ante la francesa Cornet por esa misma lesión.
"Hoy me daba un poco de cosa moverme. Limitada… en algunas bolas sí que estaba un poco asustada, pero al final he podido darle la vuelta. Tengo bastante tiempo para recuperarme ahora. Espero conseguirlo".
El cruce nace tibio. Ni Muguruza ni Erakovic se atreven a morder de inicio. La grada está casi vacía y las rivales se tantean con golpes que no dicen demasiado. Ambas van ganando sin problemas sus turnos de saque, sacudiéndose los nervios que provoca el debut en un Grand Slam.
La campeona de un grande, con tiros más decisivos que los de su contraria, es la que primero se asienta (consigue el primer break del partido, para colocarse 4-3), pero la oportunidad de cerrar el parcial es para Erakovic (con 5-4 tiene bola de set tras remontar la desventaja). Muguruza la anula e inmediatamente después hace suya la manga inaugural, pero casi ni lo celebra.
"¡No puedo! ¡Es que no puedo!", le grita entonces a Sam Sumyk, su entrenador. Nada más ganar ese primer set, Muguruza pide que venga la fisioterapeuta. Algo va mal. La número siete se marcha al vestuario y tarda en volver más de 10 minutos. Cuando regresa lo hace con la pierna derecha aparatosamente vendada a la altura del aductor, parece una momia. De arranque en el segundo parcial, Erakovic le propina un 3-0 a su contraria, que no puede moverse y sufre muchísimo en los desplazamientos laterales.
Garbiñe está pálida, pidiendo con miradas de auxilio a su banquillo que alguien le diga qué hacer. La neozelandesa manda 4-1 y tiene tres pelotas para 5-1. Muguruza está al límite y toma la decisión correcta: tiesa como un palo, se pone a repartir de línea en línea, acortando los intercambios y remontando como puede, rebajando el sobresalto de verse acorralada por el dolor.
Ocurren dos cosas en esa situación: a Erakovic le falta mala baba para hurgar en la herida de su rival y a la española le sobra coraje, como demuestra al cerrar la victoria en dos mangas.
"No he notado nada importante en ningún momento", asegura luego Muguruza, aunque sus gestos en la pista gritan totalmente lo contrario. "A veces tengo dudas, por eso he decidido salir y hacerme un vendaje que me ayudase mentalmente. A la vuelta perdí la concentración, aunque pude arreglarlo", añade la número siete, que tuerce el gesto cuando le preguntan si se retirará del torneo en caso de seguir así.
"No lo he pensando ni se me ha pasado por la cabeza. Aquí no me lo he planteado de momento, pero tengo que estar bastante mal para llegar a retirarme", concluye.