Pasada la medianoche, la toalla que borra las gotas de sudor del rostro de Rafael Nadal acaba de un plumazo con el recuerdo de otro partido mal encarado, con muchos nervios, pero enderezado con garra y conquistado con la huella de un tenista que quiere terminar de perderle el respeto a la pista rápida. El español, clasificado para la tercera ronda del Abierto de los Estados Unidos, acaba de llevarse un buen susto ante Taro Daniel, que le ha obligado a rectificar para remontar 4-6, 6-3, 6-2 y 6-2. Su multicultural contrario (nacido en Nueva York y residente en Valencia, pero de nacionalidad japonesa) ha hurgado en las dudas del campeón de 15 grandes durante un buen rato, llegando a ganar 6-4, 2-1 y saque. El balear, sin embargo, vence por tres simples razones: es muy superior a su rival, tiene la habilidad de autocorregirse a tiempo y la de aceptar que el remedio no es otro que soltar el brazo para ser más agresivo.
“Estos dos partidos he tenido más nervios de los habituales y no sé la razón”, reconoce Nadal después de la victoria, que le cita por el pase a octavos con Leonardo Mayer, vencedor 6-7, 6-4, 6-3 y 6-4 del japonés Sugita. “No he tenido la tranquilidad que me ha acompañado durante todo el año. Esta es la verdad y las verdades es mejor cogerlas, aceptarlas y trabajar para superarlas sin engañarse”, prosigue el balear, sin despegarse de la autocrítica. “He perdido dos partidos en Montreal y Cincinnati, y seguro que eso puede afectar un poquito, pero para contrarrestarlo había hecho una semana de entrenamientos casi impecable en Nueva York”, recuerda sobre su preparación. “Son situaciones un poco extrañas que espero superar, y si no las supero me iré a casa a seguir trabajando. Si las supero estoy seguro de que puedo darme opciones de hacer un buen torneo aquí”, cierra el mallorquín.
“Rafael ha jugado un primer set bastante malo, sin imprimir velocidad en sus golpes”, radiografía Toni Nadal, tío y entrenador del tenista, en el pasillo que conecta los vestuarios con la pista central. “No lograba acelerar la bola y hacer daño y así es difícil ganar partidos”, continúa. “Luego no es que haya mejorado mucho, pero al final la diferencia de ranking está ahí y sin jugar bien ha sido muy superior”, añade. “La realidad es que está entrenando muy bien, pero no es capaz de mantener esa velocidad en los partidos”.
“Tenía muchos nervios al principio, como el otro día, pero le ha dado la vuelta a una situación que se había puesto muy complicada”, le sigue Carlos Moyà, otro de los técnicos del español. “Al final, se ha juntado que Rafa ha soltado el brazo con el cansancio de su rival. Ha ido de menos a más, pero hay que pasar por eso”, insiste el ex número uno del mundo. “Es complicado mantener el nivel al que estaba durante todo el año y ya sabemos que las dos primeras rondas son de supervivencia, pero si quiere llegar lejos va a tener que jugar mejor”.
La noche de Nueva York recibe a Nadal con euforia. El público estadounidense, que siempre ha considerado al mallorquín como uno de los suyos, estalla cuando el número uno pone un pie en la Arthur Ashe, envuelta en un espectáculo de luces que presentan por todo lo alto lo que está por venir a continuación. Ya ha cantado Bryan Hernandez el himno americano. Ya se ha puesto en pie la gente, con la mano en el pecho para acompañar a la estrella del Bronx en su actuación. Ya han vomitado los altavoces el nombre de los oponentes, desatando el delirio de la grada. Y ya ha pasado desapercibido Daniel, al que solo unos pocos aplauden su salida al encuentro, sin pena ni gloria, y eso que nació en la Gran Manzana después de que sus padres se conocieran en Wall Street. Sus lazos con la ciudad, sin embargo, importan bien poco en un calentamiento en el que solo existe Nadal.
Con la bola en juego, cuando el partido echa a andar en un ambiente espectacular, el 121 mundial provoca que la indiferencia de los espectadores se transforme rápidamente en interés. Con su aspecto desgarbado, el de alguien que no llamaría la atención en ningún lado salvo por la altura (1,91m), Daniel consigue más de lo que Nadal se imagina. Inicialmente impresionado por la dimensión del escenario, el aspirante se suelta pronto y juega sin complejos, quitándose la timidez con el descaro de sus impresionantes tiros. Sin presión, Daniel va abortando las amenazas del español, que llegan en forma de tres bolas de rotura (con 1-0 y con 4-4), y le hinca el diente al partido ganando la primera manga con una agilidad de manos sorprendente.
Como el día de su estreno en el torneo, Nadal tiene mucha culpa del desarrollo del encuentro porque la ayuda que le ofrece a su oponente es suficiente para que Daniel se crea que lo imposible es posible, más o menos lo que piensa el japonés cuando se entera horas antes del rival que le espera. El balear, atrapado por el lado del revés, juega muy corto con su drive y se enfrenta al mismo problema que en el debut contra Lajovic: su pelota intermedia, habitualmente una de sus mejores armas, no le hace pupa al japonés, que doma con holgura esa bola sin mordiente alguna. Inexplicablemente agitado, Nadal compite agazapado tras la línea de fondo y hacer daño desde ahí es un milagro.
Así, Daniel aguanta sin perder la posición los intercambios, cerrando los ángulos de la pista con rapidez y cubriendo la red con algunas de las mejores voleas que seguramente ha hecho nunca. El japonés, que en la primera hora y media no pierde la iniciativa en los peloteos, se fabrica su suerte en el partido despidiendo arrojo de la raqueta. Sin réplica, la combinación de agresividad y valentía lleva a Daniel a un lugar soñado: el japonés manda 6-4, 2-1 y tiene su saque para agrandar la ventaja.
“Durante un set y medio, mi rival se sentía cómodo jugando conmigo, no tenía la sensación de medirse a un tenista de mi nivel, no estaba agobiado”, dice luego Nadal, analizando la clave del triunfo. “Al final he empezado a hacer más daño. El drive me ha funcionado más y la pelota me iba más rápida porque estaba jugando un poco más dentro”, desgrana. “Es la clave de todo, pero si uno está nervioso es complicado jugar dentro de la pista. Si estoy jugando bien puedo ser agresivo, pero si no lo estoy haciendo… En el primer set mis sensaciones no eran buenas, en el segundo ha costado y a partir del tercero he jugado mejor”, subraya. “¿Qué significa jugar bien? Hay varias maneras de hacerlo. Una es imprimir una intensidad alta cometiendo pocos errores y otra es consiguiendo que tu pelota le haga mucho daño al rival. Creo que hoy ha sido así en los dos últimos parciales”.
Levantado, el palco de Nadal le dice al jugador que se tranquilice porque la solución está en su mano, que de un paso al frente y se atreva a tirar aunque eso le cueste un puñado de fallos. Y Nadal, que durante algunos minutos se ve muy atrapado, se decide a ir por las líneas liberando de tensión a su brazo para pegarle a la derecha con muchas más revoluciones: apretando y acelerando, los disparos del balear tienen otra cara distinta que poco a poco le entregan el control del encuentro.
Empatada la segunda manga (4-4), Nadal encuentra la puntería y Daniel pierde la energía. El japonés está agotado, muy cansado, y es normal porque ha realizado un esfuerzo titánico para escalar tanto en el partido. Cuando el mallorquín iguala el cruce, celebrándolo con el puño al rojo vivo, el encuentro está de su lado, como confirma al ganar sin apuros los dos parciales siguientes.
En la tercera ronda, en cualquier caso, Nadal aterriza enfrentándose a un desafío hasta ahora desconocido en 2017: por un motivo que todavía necesita identificar, el mejor jugador del planeta está nervioso cuando sale a competir.