Rafael Nadal jugará este domingo por el título del torneo de Pekín convertido en un jugador completamente distinto al que debutó el pasado martes dando unos tumbos que casi le cuestan la eliminación a la primera. El sábado por la tarde, el español venció 6-3, 4-6 y 6-1 a Grigor Dimitrov en un encuentro extraordinario, sumó once victorias seguidas y se clasificó para su novena final del año, que jugará ante Nick Kyrgios (6-3 y 7-5 a Alexander Zverev). Este Nadal, que sigue aumentando la ventaja con Roger Federer para acabar la temporada como número uno (2170 puntos ahora mismo), tiene muchísimas cosas buenas y una espectacular: aunque podría, se niega a tomarse un respiro ni después de un 2017 colosal. [Narración y estadísticas]
“Estoy muy contento de estar en otra final porque eso significa que he conseguido darle continuidad a mi resultado en el Abierto de los Estados Unidos”, celebró el campeón de 16 grandes, que llegó a 60 victorias este curso (más que nadie), bastantes más que las 39 de 2016. “Poder pelear mañana por el título después de haber salvado un primer difícil es un logro importante”, siguió el balear, que el domingo disputará la final número 110 de su carrera. “He tenido buenos regresos después de lesiones como en 2010 y 2013, pero cuanto más mayor te vas haciendo más especial es porque sabes que la dificultad es mayor. Las cosas van por buen camino y pase lo que pase mi año ha sido fantástico”.
“Ha hecho uno de los mejores partidos del año en pista rápida”, celebró Francis Roig, el entrenador que acompaña a Nadal en la gira asiática. “Le ha salido todo lo que ha intentado y encima ha disfrutado”, añadió el técnico catalán. “Rafa ama el deporte, ama el tenis y le gusta lo que hace. A día de hoy se sigue viendo capacitado para hacer grandes cosas y las ganas de ganar no las pierde”, cerró el preparador.
En 17 minutos, Nadal ya ganaba 4-1. El mallorquín, que amarró sus 13 primeros puntos del partido al saque, tuvo que enfrentarse justo a continuación a dos peligrosas bolas de break (4-2, 15-40) que anuló con determinación en un par intercambios muy trabajados, rematados con una dejada y con un revés cruzado. Dimitrov se sintió entonces como el ruso Khachanov (desperdició sus seis opciones de rotura en segunda ronda) o como John Isner (no aprovechó ninguna de las tres pelotas de break que se fabricó en cuartos de final), pero a diferencia de ellos no se hizo pequeñito y evitó diluirse.
El búlgaro, uno de los mejores jugadores del mundo, vivió buena parte de la semifinal agobiado por el altísimo ritmo de crucero que impuso su contrario, al que la pelota le salió echando chispas de la raqueta, y pasó muchos apuros intentando defenderse de los tiros del mallorquín sobre su revés a una mano, por donde pasaron el 80% de los golpes de Nadal, despejándole el camino hacia la final (6-3, 3-2 y saque) del domingo.
Dimitrov, sin embargo, peleó una y otra vez por volver al encuentro. Con todo en contra, el número ocho del mundo insistió levantando la cabeza (otras tres bolas de break malgastadas, una con 1-2 y dos más con 2-3) y encontró lo que buscaba: romper el saque de Nadal (3-3), nivelar el cruce y hacer suyo el segundo set al resto para iniciar un duelo nuevo. La ayuda de Nadal, que dejó de hacer daño con su derecha y perdió la mordiente por el costado del revés, fue fundamental.
“¡Vamos Rafa! ¡Vamos Rafa! ¡Vamos, vamos, Rafa!”, cantó la grada, repleta de banderas españolas y de pancartas con mensajes de apoyo para el mallorquín. Tras ver cómo Dimitrov le empataba el partido ganándole la segunda manga, el número uno apretó los dientes (4-0 de entrada). Si su oponente esperaba que se dejase ir, lo que posiblemente habría hecho cualquier otro en su situación después de un año impecable, se equivocó de pleno.
Valga un ejemplo para subrayarlo. Con 4-1, ya controlado el partido, Nadal se enfrentó a un 0-40 que no debería haber puesto en peligro su victoria. El español compitió ese juego a vida o muerte. Levantó las tres bolas de break y dejó a su contrario haciendo esfuerzos por respirar con los brazos en jarra. Ese es Nadal y por eso está donde está: en su novena final de otro curso para enmarcar en lo más alto de la historia.