Invencible. Esa es la palabra que usa Guido Pella antes de medirse a Rafael Nadal en la segunda ronda de Roland Garros, esa es la palabra que se repite en mitad del partido y esa es la palabra que el argentino utiliza después, cuando el español le elimina del torneo con un cruce que gobierna en línea ascendente (6-2, 6-1 y 6-1) y se clasifica para discutir el pase a octavos contra Richard Gasquet (6-2, 3-6, 6-3 y 6-0 Malek Jaziri) en una tercera ronda muy emocional (se midieron en la edición de 2005 como dos adolescentes destinados a dominar el circuito), en la que el campeón de 16 grandes aterriza estando en contra del pensamiento de la mayoría de sus rivales: aunque todos lo den por hecho, Nadal no se considera invencible. [Narración y estadísticas]
“Ha sido un rival un poco más cómodo que el del primer día, le ha exigido menos, le ha forzado un poco menos”, reconoce Carlos Moyà, entrenador de número uno. “Es una buena victoria, estamos contentos por cómo ha ido y por la clasificación para la tercera ronda. Está llevando una evolución correcta, normal en un Grand Slam. Las dos primeras rondas han sido típicas, de buscar sensaciones. No está a su mejor nivel, porque ese mejor nivel se lo da la competición”, prosigue el técnico balear. “En Roland Garros siempre está un poco nervioso, pero nada fuera de lo esperado. Es lo típico en los primeros días en un Grand Slam, y aquí ha ganado 10 veces. Es lógico que tenga esos nervios”.
El jueves a media tarde, la Suzanne Lenglen recibe a Nadal vestida de gala, ni un asiento vacío para ver al número uno del mundo fuera de la Philippe Chatrier, su fortaleza en Roland Garros. La Lenglen, que es la segunda pista en importancia del torneo, tiene unas características un poco distintas a la central porque cuenta con menos espacio en los fondos y también a los lados, negándole al balear la baza de jugar con el terreno, una maniobra que normalmente desubica a sus contrarios, que acaban perdiendo las distancias y también la referencia de dónde se coloca el balear.
Jugar entre unas paredes distintas a las de la Chatrier, sin embargo, no forma parte del plan de asalto del argentino. En el vestuario, Pella se recuerda una vez más que para ganarle a Nadal va a tener que hacer cosas a las que no está acostumbrado, y que lo más probable es que ni así le sirva de nada. Eso quiere decir que el número 78 debe seguir el camino de Simone Bolelli, que pelea a garrotazos el primer partido del mallorquín en París, que tiene que sumar valentía con acierto y esperar a ver si le salen las cuentas, y por supuesto cruzar también los dedos para que su oponente tenga un día tonto, o al menos uno en el que esté lejos de su velocidad de crucero.
En el arranque, Pella sueña con que esa versión incompleta de Nadal sea una realidad, porque de la nada, en el primer juego del partido, se procura cuatro pelotas de break de las que su contrario es muy responsable. Una salida tibia del español, muy errático, coloca al argentino como el dominador de los peloteos. Aunque dura poco, muy poco (seis juegos), es Pella el que manda en los intercambios, el que lleva el ritmo dejándose las fuerzas en cada tiro y el que se mueve con una marcha extra, que pronto el balear le roba.
Nadal tarda 34 minutos en romper por primera vez el saque de su contrario (4-2), lucha durante más de 13 para cerrar la primera manga al resto (6-2) y emplea 1h10m en allanarse su clasificación a la tercera ronda (6-2 y 4-0). En ese rato, que es mucho para tan pocos juegos, el español se transforma en el tenista que el vestuario teme. En París, Nadal ya se reconoce.