En un año, dos realidades. En 2017, Garbiñe Muguruza llegó a Nueva York para jugar el Abierto de los Estados Unidos con el número uno del mundo a tiro (lo consiguió a principios de septiembre), habiendo conquistado en Wimbledon el segundo Grand Slam de su carrera y tras proclamarse campeona de Cincinnati días antes. En 2018, la española ha aterrizado en la Gran Manzana acompañada de su peor crisis de juego desde que derribó de una patada la puerta de la zona noble del circuito: no gana dos partidos seguidos desde junio (Roland Garros), se ha retirado en dos de sus últimos tres torneos (San José y Montreal) por dolores en su brazo derecho y está fuera del top-10 (12) como consecuencia de los malos resultados que arrastra.
“Lógicamente, el año pasado fue diferente, pero no lo pienso”, reflexionó la española sentada con dos periodistas en la terraza de la zona de prensa del torneo. “Lo veo como una oportunidad para jugar bien y volver a estar en los puestos de arriba. Al final, siempre hay un objetivo, sea cual sea”, prosiguió Muguruza, citada este lunes para debutar ante la china Zhang. “La presión me la pongo yo, no los demás. Quizás tengo menos expectativas que en 2017, pero intento prepararme lo mejor posible. Soy realista con la situación que estoy viviendo: en los últimos torneos no he acabado de jugar ni competir desde Wimbledon. Voy poco a poco”.
A diferencia de 2016 y 2017, los años en los que logró levantar sus dos grandes (Roland Garros y Wimbledon), Muguruza ha visto cómo 2018 pasaba de sinsabor en sinsabor. Si en el principio de la temporada sufrió varias lesiones (colapso general de calambres en Brisbane y molestias en el aductor derecho en Sídney) que terminaron afectándole en su preparación del Abierto de Australia (perdió en la segunda ronda), en el corazón de la temporada alcanzó un buen estado de forma (título en Monterrey) que le permitió pelear en Roland Garros por cosas importantes (se quedó en las semifinales). Luego, sin embargo, Muguruza se detuvo en seco y entró en caída libre: una derrota prematura en la segunda ronda de Birmingham y en la misma ronda de Wimbledon, donde defendía el trofeo, y una malísima preparación para el Abierto de los Estados Unidos (abandonos en San José y Montreal y fuera a la primera en Cincinnati), que afronta bajo mínimos.
“Está siendo un año complicado”, reconoció la española. “Una trabaja duro esperando que los resultados salgan, pero no ocurre todas las veces. He estado entrenando bien, preparándome como toca, pero a la hora de jugar los partidos no se ha dado”, prosiguió Muguruza. “Todavía queda tiempo para intentar encontrar las buenas sensaciones. Sé que todo pasa. Si sigo en la buena línea los resultados llegarán antes o después. Simplemente, intento ser positiva con lo que hago”.
Garbiñe llegó a Nueva York dándole vueltas a la cabeza. Ella, que terminó 2017 dando señales de estar lista para dominar el circuito femenino, se ha dejado por el camino todas las opciones de que eso suceda a corto plazo y ahora solo tiene un objetivo prioritario: recuperar cuanto antes el nivel, ser competitiva, volver a ganar partidos y soñar con escalar una cima que casi había coronado.
“Está claro que si has jugado y vienes con más confianza ayuda, pero tengo la suficiente experiencia como para saber que si te preparas bien puedes competir y jugar igual de bien”, avisó la tenista. “No es lo más normal, pero confío en eso. Los grandes son los torneos que más me motivan, como a todos los jugadores. Históricamente he sacado mi mejor tenis en esas circunstancias y ahora estoy en Nueva York, en otro torneo grande. Solo deseo que salga bien”.
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