—¿Cómo te sientes, Andy?
—No muy bien.
El cruce de palabras entre un periodista y Andy Murray terminó con el jugador cubriéndose la cara con una gorra negra y dejando escapar las lágrimas antes de desvelar uno de los secretos más importantes de su vida: que dejará de ser tenista profesional cuando se retire esta temporada con 31 años.
Entre sollozos, el británico anunció este martes que ha perdido la guerra contra su cadera, que ya es suficiente, que no quiere seguir sufriendo más: después de una operación, innumerables tratamientos de rehabilitación y varios intentos fallidos por regresar al circuito, Murray lo deja con la intención de decir hasta siempre el próximo mes de junio en Wimbledon, en su casa, aunque no descarta que el Abierto de Australia sea su último torneo como profesional si el infierno se le hace demasiado duro, una opción más que posible. El punto y final, lógicamente, es cruento: el mejor jugador que ha dado Gran Bretaña, ex número uno del mundo, campeón de tres grandes y doble oro olímpico, no se marcha por voluntad propia, se marcha obligado porque su cadera le duele hasta al ponerse unos simples calcetines.
“He estado luchando durante mucho tiempo”, se arrancó Murray en la sala de conferencias del Abierto de Australia, de la que se fue durante unos minutos desbordado por la emoción. “He hecho todo lo posible para intentar que mi cadera se recuperase, pero no ha servido de mucho. Estoy mejor que hace seis meses, pero todavía tengo mucho dolor”, confesó el británico, que el próximo lunes debe medirse en su debut en el primer grande del curso a Roberto Bautista. “Voy a jugar aquí. Aún puedo hacerlo a un cierto nivel, pero el dolor es demasiado. No quiero seguir de esta manera”.
El pasado mes de enero, tras estar apartado de las pistas desde el 12 de julio, Murray entró en uno de los quirófanos del hospital St Vincent’s de Melbourne y se puso en manos del doctor John O’Donnell para operarse la cadera. Fue una declaración de intenciones: quiero ganar y voy a pelear por la victoria cueste lo que cueste. Casi un año después, a mediados de diciembre, Murray dejó de resistirse y sacó bandera blanca al sentarse con los suyos para comunicarles la decisión de retirarse, rendido a la realidad de una lesión en una zona delicadísima del cuerpo que históricamente ha tumbado a muchos otros deportistas.
“Puedo jugar con limitación, pero tener limitación y dolor hace que no disfrute compitiendo o entrenando”, se lamentó el británico, que el día anterior había jugado con Novak Djokovic un partido de entrenamiento, cayendo fácilmente (6-1 y 4-1 para el serbio) en 49 minutos. “Necesito ponerle un punto final porque estoy jugando sin tener ni idea de cuándo dejará de dolerme”, añadió. “Tengo la opción de someterme a otra operación más severa que me permitiría tener una calidad de vida mejor y dejar de lado el dolor. Es algo que estoy considerando seriamente. Algunos deportistas han pasado por ahí y han vuelto a competir, pero no hay garantías de que eso suceda. Si me operase sería para tener una calidad de vida mejor”.
La marcha de Murray significa muchas cosas, entre ellas la ruptura del grupo que compartió con Roger Federer, Rafael Nadal y Djokovic, y que el mundo bautizó como The Big Four. El británico, uno de los grandes jugadores de la última década, deja una importante huella en el circuito, pero sobre todo en Gran Bretaña. Por eso, Murray merece aguantar para despedirse en Wimbledon frente a los suyos. La justicia le debe ese epílogo.