Han pasado muchos años, pero todo sigue igual. Una década después de hacerse con su único título en el Abierto de Australia (2009), Rafael Nadal está a un solo partido de convertirse en el único jugador de la Era Abierta (desde 1968) que gana al menos dos veces cada grande. El jueves por la noche, los brazos del español apuntando al cielo de Melbourne anuncian su llegada a otra final de Grand Slam tras la victoria sobre Stefanos Tsitsipas (6-2, 6-4 y 6-0). Así, sin ceder un solo set por el camino, sin sufrir ni un poquito, el español llega al duelo decisivo contra el ganador de la otra semifinal, que mañana mide a Novak Djokovic y Lucas Pouille. [Narración y estadísticas]
A las tres y media de la tarde, con la semifinal entre Petra Kvitova y Daniel Collins jugándose bajo el techo de la Rod Laver Arena, suspendidos el resto de los partidos de las pistas exteriores como consecuencia del calor extremo (40 grados), Nadal toma la decisión de cambiar su calentamiento, pasándolo de fuera a dentro y refugiándose en el interior del National Tennis Center para escapar del infierno. El español, que en su entrenamientos del miércoles evita sacar para no empeorar las molestias abdominales que arrastra desde hace unos días, se marcha al vestuario tras ensayar varios servicios, pocos, pero los suficientes antes de buscar el pase a la final.
Los 41 grados que marca el termómetro a la hora del partido no impiden a los organizadores abrir la cubierta de la central porque la escala de calor, que tiene en cuenta la temperatura, la humedad y el viento entre otros factores, está bajando a 4.5 puntos, lejos de los 5.9 registrados a mediodía. En consecuencia, Nadal y Tsitsipas se miden al aire libre, condiciones siempre favorables al número dos del mundo, poco amigo de los escenarios herméticos.
Tsitsipas protagoniza una salida valiente, como no podía ser de otra manera. El griego, un adolescente de 20 años, llega al cruce más importante de su carrera respaldado por la victoria de octavos ante Roger Federer y por la confirmación de cuartos frente a Roberto Bautista. Que Tsitsipas ganase al suizo habla de su enorme potencial, una demostración de lo que es capaz de hacer, pero que derrotase al español supone un aviso, una señal de apetito y madurez: no me va a desconcentrar nada, ni siquiera ganarle a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.
El número 15 del mundo, que tiene un tenis de salón, pelea su pase a la final del torneo recordando sus dos entrenamientos anteriores con Nadal, ambos de 2018. Ni en la final del Conde de Godó, sobre tierra batida, ni en la de Canadá, sobre cemento, puede Tsitsipas acercarse a Nadal, tan superior en arcilla, tan fiero en pista rápida. Por eso, cuando el griego vuelve a encontrarse con el español se obliga a buscar soluciones para no caer en los mismos errores del pasado, incidiendo especialmente en uno: no perder la posición desde el fondo, prohibirse ceder metros y terminar acorralado.
Patrick Mouratoglou, técnico de Serena Williams y director de la academia que lleva su nombre en Niza, lugar en el que habitualmente se entrena el griego, es uno de los grandes artífices del plan de asalto al partido de semifinales. El francés, un enamorado de los números anima a Tsitsipas a seguir una estrategia sencilla: anticiparse al bote de la pelota de su rival poniéndole agallas y decisión. El resto es cosa de Tsitsipas, que nada más salir a la pista se sienta en el banquillo habitual de Nadal, que firma un calentamiento duro buscando intimidar y que saca a pasear el puño a la más mínima.
Como en los cinco partidos anteriores en el torneo, Nadal hace lo que quiere con Tsitsipas cuando está al saque. El cambio en la mecánica de servicio le ha dado al mallorquín una ventaja importante para empezar dominando los peloteos, ofreciéndole la posibilidad de hacerse con el punto en uno o dos tiros, tan desplazado se queda el contrario después de intentar devolver la bola del campeón de 17 grandes.
Desde esa premisa tan importante, Nadal corona un encuentro redondo, brillante, espectacular en el que Tsitsipas es un espectador más. Ahora sí: el mallorquín llega a por el título lanzado, pidiendo guerra, reclamando un trofeo que empieza a pertenecerle.