Novak Djokovic no cede ni un milímetro.
Es el sábado 14 de julio de 2018. Falta una hora para que se reanude la semifinal de Wimbledon que mide al serbio con Rafael Nadal, suspendida a las 11 de la noche del día anterior. Para entonces, la organización del torneo sabe que tiene un buen problema: tras comenzar el viernes el partido bajo techo, por falta de luz y no por lluvia (las luces artificiales solo pueden encenderse con la estructura desplegada), los dos oponentes no se ponen de acuerdo. Nadal quiere que abran el techo y Djokovic que lo dejen cerrado, que es como finalmente se queda. Cada uno protege lo suyo. El español no entiende por qué van a seguir jugando con la cubierta echada, si hace un día espléndido y Wimbledon es un torneo al aire libre. El serbio no comprende por qué deberían abrirla para terminar el encuentro en unas condiciones distintas a las que comenzó. Los dos están mirando lo que más les favorece: a Nadal, que entren los rayos de sol, que haga viento, salir de ese laboratorio hermético para que su pelota se levante; a Djokovic, que se mantenga todo como está, aprovechar que es superior a su rival en indoor, un escenario en el que finalmente se impone con un resultado que cambia la historia: tras un año y medio en blanco, una crisis que está muy cerca de costarle la retirada, Djokovic gana Wimbledon y se dispara. A final de 2018, el serbio ha celebrado otro grande más (Abierto de los Estados Unidos), recortado la distancia con Nadal en la carrera por ser el mejor de todos los tiempos (14 a 17, aún lejos de los 20 de Roger Federer) y recuperado el número uno del mundo tras salirse fuera de los 20 primeros a principios del verano. De sus ojos vuelve a salir fuego. Es el animal de toda la vida. Un caníbal renacido.
“Ese fue el partido que mentalmente me ha cambiado”, confesó Djokovic tras meterse el viernes en la final del Abierto de Australia, donde le vuelve a esperar el español. “Empecé bien la gira de hierba, jugando la final en Queen’s y llegando a las semifinales de Wimbledon, pero ganarle 10-8 a Nadal en el quinto set me catapultó para tener más confianza, para estar más seguro de mí mismo”, añadió el serbio. “Y es lo que me ha permitido sobresalir en los siguientes meses después de eso”.
Durante 5h17m, Djokovic y Nadal se pegan puñetazos como piedras sobre la hierba de Wimbledon. Es un cruce como los de antes. Hasta el final, la pareja de rivales protagoniza un encuentro de cinco estrellas. Hay tiros impresionantes. Peloteos taquicárdicos. Decisiones valientes. Momentos que cortan la respiración. El que gane se sabe muy cerca del título, porque Kevin Anderson ha necesitado 6h36m para imponerse a John Isner en la otra semifinal, y está claro que va a llegar sin fuerzas a la final. En el quinto set, los dos se empujan hasta el límite. Nadal va siempre por detrás en el marcador, con el agua al cuello porque es Djokovic quien arranca sacando la manga decisiva y eso le da una ventaja cuando el pulso se acerca a los momentos delicados. Y pese a eso, el español se fabrica cinco pelotas de break (dos con 4-4 y otras tres con 7-7) para dejar al borde del KO a su oponente. Y pese a eso, el serbio las va salvando una a una, haciendo equilibrios en un alambre finísimo, y logra una rotura que vale el trofeo, aunque todavía tenga que ganar un partido más. Rebasado el mediodía, es Djokovic el que grita como un poseso. El triunfo es suyo. La salida del túnel, también.
Seis meses después de ese partido, el que rescató a Nole y le puso a correr con los mejores después de dos años consumido por su propio éxito, emborrachado de triunfos, el serbio y Nadal chocan de nuevo en Melbourne en un otro tarde de alto voltaje: si gana Djokovic, llegará a los 15 grandes, desempatando con Pete Sampras (14) y se acercará a los 17 del español; si vence Nadal le comerá terreno a Federer y se colocará por primera vez a dos de distancia (18 por 20) antes de Roland Garros, un torneo al que como siempre llegará siendo el máximo candidato.
“Nadal ha sido el rival más grande de toda mi vida”, confesó Nole antes del encuentro número 53 de la rivalidad con más episodios de siempre, que domina por 27-25, 18-7 en pista dura. “Algunos de nuestros partidos han sido un gran punto de inflexión en mi carrera. Siento que me ha hecho reorganizar mi juego. He sufrido varias decepciones contra él, pero también algunos grandes encuentros”, remarcó. “Este tipo de duelos me han convertido en el jugador que soy ahora. Son los partidos para los que vives: finales de Grand Slam ante el mejor rival posible en su mejor momento. ¿Qué más puede pedir?”, se preguntó. “Aquí es donde quiero estar”.
La última vez que Djokovic y Nadal se enfrentaron en el Abierto de Australia terminaron sentados en un par de sillas de plástico, sin poder tenerse en pie durante la ceremonia de trofeos. Fue en 2012 tras una carnicería de 5h54m, la final más larga en la historia de un Grand Slam. Aquel día, el español tuvo 4-2 y 30-15 en el quinto set. Falló un pasante de revés sencillo para haberse colocado 40-15, un marcador que le habría dejado con el título bajo el brazo. El error le costó carísimo: una remontada de Nole, un grande arrebatado en la cara, un golpe difícil de digerir.
Esto es lo que pasa en Melbourne siete años después de la última final entre los dos mejores jugadores del planeta: desde hace horas se escuchan tambores de guerra.