En la victoria, las señales son inequívocas. Mirada hambrienta, puño cerrado, rugido al aire: Rafael Nadal va muy en serio. El martes a mediodía, el español eliminó 6-3 y 6-1 a Diego Schwartzman en poco más de una hora (75 minutos) para alcanzar los octavos de final de Indian Wells, donde ahora le espera el sorprendente Filip Krajinovic (6-3 y 6-2 a Daniil Medvedev). No hay dudas: recuperada la línea del Abierto de Australia tras el paso en falso de Acapulco, el número dos del mundo está en rampa de lanzamiento para pelear por cosas importantes en el desierto. [Narración y estadísticas]
“He hecho muchas cosas bien”, reconoció tras el triunfo Nadal. “Empecé muy bien, pero luego llegó un momento en el que estaba jugando demasiado agresivo. Tuve que parar un poco y cambiar el ritmo del punto más veces, y creo que me funcionó muy bien”, siguió el jugador. “Estoy feliz por la forma en la que he jugado y contento por haber logrado una victoria así contra Diego, con el que he sufrido en el pasado”.
“Ha empezado muy bien”, le siguió Francis Roig, técnico del tenista. “Luego se le ha enfangado el partido y ha intentado jugar demasiado directo desde muy atrás, en posiciones difíciles. Schwartzman eso lo gestiona muy bien porque se defiende de memoria, sin tener que pensar”, añadió el técnico catalán. “Cuando ha empezado a jugar con más calma, variando y haciendo más cosas, lo ha desmontado y ha sido otro encuentro”, añadió. “Tiene mucho mérito ganarle a Schwartzman con este marcador”.
Antes de resquebrajarse, Schwartzman aguantó con entereza hasta el 3-3 de la primera manga. El argentino, siempre correoso, se clavó en el fondo de la pista y desde esa zona de la pista soportó los arreones del mallorquín, que en 2018 lo había pasado muy mal con su contrario (octavos del Abierto de Australia y cuartos de Roland Garros, en ambos encuentros terminó ganando aunque cediendo un set), un factor que lógicamente debería haber tenido su peso en el cruce, al menos de salida.
Tras un comienzo rebosante de energía, Nadal se enredó en su idea de jugar a pecho descubierto, sin medianías. Decidido a atacar muy recto y desde muy atrás, el español se encontró con Schwartzman repeliendo con comodidad sus pelotazos, casi de carrerilla. En el momento que optó por rectificar la táctica, variando las alturas y los ritmos, el número 26 dejó de tener voz en el cruce, desapareciendo casi por completo.
Por segundo partido consecutivo, Nadal no concedió ni una sola bola de break, se apoyó en su primer saque para vivir tranquilo (81% de los puntos ganados) y fue solventando cada turno de servicio con comodidad. La lectura no requiere hacer pensamientos profundos ni tampoco romperse la cabeza: el cambio en la dinámica de saque que el campeón de 17 grandes estrenó el pasado mes de enero en Melbourne sigue consolidándose, evitándole ir con el agua al cuello en cada uno de sus servicios y permitiéndole jugar más suelto al resto, de siempre su especialidad.
Todo eso padeció Schwartzman, que en un parpadeo vio a su rival propinándole un 7-0 de parcial (de 3-3, a 6-3 y 4-0), a dos juegos de caer cuando un poquito antes había mirado a Nadal de tú a tú. Ese es un de los sellos distintivos del mallorquín: donde otros necesitan una puerta, a Nadal le vale con una rendija del tamaño de una lenteja.