No fue la primera vez que ocurrió, ni seguramente la última. En los octavos de final del Masters 1000 de Montecarlo, Grigor Dimitrov jugó mejor que Rafael Nadal durante algunos tramos de la primera manga, se llevó los puntos más espectaculares (¡qué intercambio ganó sentado en el suelo!) e incluso a ratos se mostró superior al español. Su final, sin embargo, fue marcharse derrotado. El triunfo del campeón de 17 grandes (6-4 y 6-1) le citó en cuartos con Guido Pella (6-4, 4-6 y 6-4 a Marco Cecchinato) subrayando una verdad aplastante: en tierra batida, el mallorquín es lo más cercano a un jugador invencible. [Narración y estadísticas]
La victoria se discutió entre las rachas de viento de un tremendo vendaval (hasta 30 kilómetros por hora), que llenó de tierra los ojos de los contrarios y les obligó a reajustar una vez tras otra sus movimientos ante los imprevisibles vaivenes de la pelota. Condicionados por la ventolera, Nadal y Dimitrov jugaron un partido desdibujado, enredado y feo por los soplidos del aire. Un día después de arrollar a Roberto Bautista, el número dos salió a reencontrarse con la misma versión que le llevó a coronar su estreno con brillantez.
A diferencia del primer día, sin embargo, Nadal tuvo que enfrentarse a sus malas sensaciones, que por momentos le llevaron a cometer varias dobles faltas (tres en la primera manga, dos de ellas seguidas) y a fallar bolas aparentemente sencillas, y también a las circunstancias del día, a las que sorprendentemente tardó en adaptarse pese a ser uno de los mejores en aclimatar su juego a los factores externos. Apostando por atacar el revés a una mano de Dimitrov, la vieja táctica de forzar al rival a pegar tantas veces ese golpe que acaba fallando por desesperación o por dolor en el brazo, Nadal se disparó en el marcador de entrada (4-1), sin tampoco hacer nada del otro mundo.
La reacción del búlgaro llegó de la nada: ganando tres juegos consecutivos, rompiendo por primera vez en el partido el saque del español, Dimitrov pasó de estar muy lejos (1-4) a tener el cruce empatado (4-4), metiéndose de lleno en la lucha por hacerse con el primer parcial. Sucedió que Nadal, incluso lejos del tenista imperial que arrancó a competir el miércoles, le ganó el primer parcial a su rival, y eso hizo que se terminase el partido.
Agotado por el desgaste físico y mental del primer parcial, que no sirvió para nada, Dimitrov jugó si chispa el segundo y Nadal se aprovechó: bailando sobre la tierra, el español se acercó un poco más una duodécima copa de récord.