Rafael Nadal debutó rodeado de incógnitas en la única pista del mundo que lleva su nombre. El miércoles, en la central del Conde de Godó de Barcelona, el campeón de 17 grandes arrancó perdiendo el primer set de su partido de segunda ronda ante Leonardo Mayer, que de repente se encontró con opciones de ganar al rey de la tierra en su casa. El mallorquín, sin embargo, rectificó el rumbo para terminar imponiéndose 6-7, 6-4 y 6-2 al argentino en una tarde con muchas sombras. [Narración y estadísticas]
“No he jugado un gran partido, ha sido un partido más bien flojo”, se arrancó el español, que se enfrentará en octavos a David Ferrer, vencedor 6-3 y 6-1 de Lucas Pouille. “Se ha conseguido el objetivo, que era ganar. A nivel de capacidad de aguantar he estado bien, con la actitud necesaria. A nivel de juego… hay cosas que se tienen que mejorar”, prosiguió el tenista. “¿Qué está pasando? Que llevo unos tiempos complicados. Se acepta, y se toma el camino que uno decida tomar para mejorar. Vuelvo a salir de un problema físico, y han sido muchos acumulados. Todas esas interrupciones terminan por mermar a nivel tenístico, pero también a nivel mental”, siguió. “No creo en las varitas mágicas ni en los grandes cambios en poco tiempo. Las evoluciones tienen que ser pausadas, y poco a poco. Tengo la esperanza de volver a encontrar el camino para volver a jugar bien”.
Tras caer en las semifinales de Montecarlo, el español tomó varias decisiones inmediatas; descansar el domingo y volver a entrenarse el lunes, romper con su tradición de sentarse ante los medios en la sala de prensa del Godó, mostrando sus impresiones en un corrillo con la prensa tras pelotear con Kei Nishikori en el Palau de la Música, y sumar a Carlos Moyà a su equipo, cuando en principio era una semana en la que iba a estar acompañado únicamente por Francis Roig.
Todas esas señales fueron suficientes para confirmar que algo marcha regular en Nadal, incluso antes de perder con Fabio Fognini el sábado pasado.
Así, el número dos empleó un par de días en aclimatarse a las condiciones de Barcelona, muy similares a las de Montecarlo, y salió a debutar ante Mayer sin poner en práctica ningún cambio claro en su juego para corregir lo que ocurrió con Fognini. Fue un Nadal parado, sin intención ofensiva. Fue un Nadal errático, incluso en posiciones aparentemente cómodas. Fue un Nadal extraño.
Con un viento molesto levantando la tierra de la central, emborronado el partido, Nadal jugó la primera manga con fragilidad, sin imprimir su habitual ritmo de crucero, la asfixiante sensación de fusilamiento que han padecido tantos rivales. Mayer, claro, se encontró campando a sus anchas por la pista y se hizo con la primera manga en un tie-break en el que salvó una pelota de set, minutos después de haber logrado un break cuando Nadal sacaba con 5-3 por la primera manga.
Arrinconado, Nadal recurrió a lo único que nunca le ha abandonado: la garra. Arremangándose, el balear empató el cruce y lo hizo suyo jugando mucho mejor de lo que empezó, aunque todavía a años luz de su versión más dominadora. El jueves, por supuesto, necesita algo más: Ferrer no le va a perdonar ni una.