Todo se resume a lo mismo cuando el partido ha terminado: durante las semifinales de Wimbledon, la pelota de Rafael Nadal no le hace ningún daño a Roger Federer, que se clasifica para jugar la final del domingo (7-6, 1-6, 6-3 y 6-4) con Novak Djokovic después de derrotar al español en un cruce que se juega siempre según sus normas. El suizo marca la velocidad y el ritmo. El suizo marca los tiempos. El suizo marca los esfuerzos y el ahora de las energías. El suizo, claro, marca el desenlace. Cerca de cumplir los 38 años, Federer está a una victoria de ganar Wimbledon otra vez. Los adjetivos se han acabado. [Narración y estadísticas]
El primer punto del partido es un ace del suizo que levanta a la gente de sus asientos. Como casi siempre pasa en Wimbledon, salvo cuando Andy Murray ha estado implicado, el público quiere que gane Federer, aunque eso no significa que estén en contra de Nadal. Se escuchan frases de apoyo aisladas que van dirigidas al español ("¡vamos Rafa!", dice alguien de vez en cuando), pero lo que predomina son los cánticos para impulsar a Federer hacia una victoria que le permita luchar en dos días por su noveno título.
Durante los primeros 25 minutos, el ritmo del cruce lo marca el que está al servicio. Es un partido de jugadas cortas y peloteos rápidos. Rara vez el punto se estira durante más de cinco golpes. Hay poco ritmo y el tenis es no es ni vistoso ni emocionante. La bola siguiente al saque tiene un valor altísimo porque es la que permite dominar el intercambio, y en la mayoría de los casos también ganarlo. Pese a que la red tiene una presencia reducida, pocas veces suben a volear los dos tenistas, sobre todo el español, es un encuentro clásico de hierba.
Nadal afronta su primera situación de peligro buscando el 4-4 en el primer set. Es bola de break para Federer (30-40) y el español toma la decisión de cambiar su esquema de juego, que al principio pasa por mover al suizo de lado a lado sin obsesionarse con acorralarlo sobre el revés a una mano, una táctica histórica de la que abusó durante muchos años, pero que ha ido dejando de lado poco a poco. Para salvar esa pelota de rotura, Nadal vuelve al pasado y dispara tres derechas muy altas sobre la zona más débil de su contrario. Federer levanta la primera quitándosela de encima con un revés que es casi un bote pronto. También la segunda. Con la tercera, sin embargo, no puede y su tiro se estrella contra la red, despidiéndose de la ocasión de asestarle un mordisco al español.
Anulado ese momento crítico, el partido sigue jugándose de saque en saque, a toda mecha hasta que desemboca irremediablemente en el tie-break. Nadal tiene un par de ventajas claves en ese desempate, dos son las veces que le arrebata el servicio al suizo (para 1-0 y 3-2), y no aprovecha ninguna. Federer resiste de derechazo en derechazo hasta que pone el 3-3, y ve a su banquillo entero puesto en pie, lanzándole a por la victoria, incitándole a enseñar los dientes un poco más, y eso es mucho porque el suizo lleva las garras fuera desde el primer punto de la semifinal. Federer, en cualquier caso, se tira a tumba abierta a por Nadal, le gana los cuatro puntos siguientes (cinco en total, del 2-3 al 7-3) asumiendo todos los riesgos posibles y se hace con la primera manga.
El duelo cambia tímidamente cuando Nadal salva las dos bolas de break que el suizo se procura con 1-1 en el segundo parcial. El 15-40 que el número dos anula es confianza, una fuente de energía de la que bebe el mallorquín. Un minuto después, Nadal le rompe el saque a Federer (3-1) y el suizo opta por tomar una decisión inteligente: dejarse ir, renunciar a remontar ese set, pensar en lo que tiene por delante y ahorrar esfuerzos, que va a necesitar seguro si quiere sacar adelante este partido. En consecuencia, el campeón de 20 grandes se desconecta, cede otra vez su servicio y empieza a pensar en un plan de asalto nuevo.
Federer pone todo lo que lleva dentro en la tercera manga. El encuentro ya no es el mismo del inicio porque ni el suizo está sacando igual ni los puntos se deciden a la velocidad de un tiroteo, pero importa poco. El problema para Nadal es que su contrario se está llevando los peloteos cortos, pero también los largos. Da igual si son tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho o nueve las veces que la pelota cruza la red porque el número tres tiene las piernas, los pulmones y los recursos necesarios para ganar a su máximo rival otro duelo más, esta vez sobre hierba y nuevamente en Wimbledon.
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