“¡Siempre embistiendo!”. Recién llegados de Ibiza después de cancelar la despedida de soltero que tenían planificada para Roberto Bautista, dando por hecho que durante estos días no estaría compitiendo, los seis amigos del tenista que se sientan el viernes a mediodía en la central de Wimbledon le gritan una y otra vez esa frase de ánimo al español, que está jugándose el pase a la final ante Novak Djokovic. La frase se escucha en la Catedral mientras Bautista pasa por mil situaciones distintas: el cosquilleo del inicio, el bloqueo del arranque, la reacción del segundo parcial, su mejor momento en el duelo, y finalmente la derrota, cuando todo se aprieta y el serbio da el paso al frente que le corresponde. La victoria de Nole (6-2, 4-6, 6-3, 6-2) le abre las puertas de una nueva final y despide al español, pero no le resta ni un poquito de mérito a las dos mejores semanas de su carrera. [Narración y estadísticas]
Bautista ganó el primer punto de la semifinal con un resto directo que le cayó a Djokovic en los pies, imposible de intuir, pero después cometió 10 errores no forzados que le llevaron a comenzar el partido con el paso cambiado. En ocho minutos, Nole mandaba 3-0 y el español padecía un ataque de vértigo por primera vez desde que comenzó el torneo, mariposas envenenadas revoloteando por su estómago, demonios muy poderosos colgándose de su raqueta.
No es lo mismo, claro, jugar ante Guido Pella en la pista número uno que desafiar a Djokovic en la central, con el pase a la final en juego. No es igual enfrentarse al argentino, totalmente novato, que hacerlo con el serbio, número uno del mundo, vigente campeón de Wimbledon, curtido en mil situaciones de presión y tensión. Si con algo contaba Djokovic, si algo esperaba antes de salir a por la clasificación, era ver a su oponente sufriendo las consecuencias de bautizarse en un partido tan importante, de largo el más especial de su vida.
Apoyado por los miedos del español, y con la facilidad que suele ir de su mano cuando llegan las rondas finales, Djokovic se movió a toda velocidad, cubriendo la pista con solvencia, y demostró una precisión quirúrgica para llevar la bola de línea a línea, encontrando un tiro definitivo o el fallo de Bautista, lo que ocurrió a menudo. Pronto, en apenas tres peloteos, el español supo que este Nole se parecía al que derrotó meses atrás en Doha y Miami lo mismo que una hormiga a un cocodrilo. Si lo del pasado le costó sudores, a lo del presente habría que añadirle también mucha sangre.
En el arranque del segundo parcial, Bautista consiguió cambiar el cruce recuperando algo básico y apreciado: la calma. La vuelta del temple metió de lleno al español en la pelea por la victoria. Un break tempranero (2-1) le dio al aspirante la fuerza para creer en el triunfo, para convencerse de que todavía había tiempo. Entonces, Bautista aumentó el número de ganadores (de los cinco de la primera manga a los 11 de la segunda), rebajó los errores (de 11 a cinco) y empató el encuentro, consiguiendo desesperar a Nole, enfadado cuando el público se inclinó del lado de su contrario.
Con todo igualado, Djokovic levantó un dedo y ese avisó fue suficiente para imaginar lo que ocurriría a continuación: multiplicando su nivel, reforzando el ataque y controlando la defensa, el serbio se llevó a Bautista por delante para meterse en la final de Wimbledon una vez más.