Casi cinco meses después, Rafael Nadal volvió a competir sobre la superficie que desencadenó una de las crisis más importantes de su carrera. El español, que ganó lesionado en su rodilla derecha a Karen Khachanov el pasado 15 de marzo en los cuartos de final de Indian Wells, retirándose al día siguiente del torneo (no saltó a enfrentarse con Roger Federer), se estrenó este miércoles en el Masters 1000 de Canadá venciendo a Daniel Evans (7-6 y 6-4) en un partido sin alardes, marcado por dos interrupciones por lluvia que lo hicieron eterno (casi cinco horas con los parones), pero conquistado con un triunfo que vale doble. En Toronto, Nadal volvió a ganar en pista dura, donde hace poco, y de lesión en lesión, perdió la fuerza, la energía y por primera vez algo de ilusión. [Narración y estadísticas]
“Ha sido una victoria importante”, se arrancó Nadal tras la victoria, la número 378 en Masters 1000, las mismas que Federer. “El primer partido en pista dura después de tanto tiempo siempre cuesta. Lo principal es haber ganado. Con victorias, las sensaciones irán a mejor seguro”, prosiguió el número dos del mundo. “He estado jugando y entrenando más o menos bien. Ahora es el momento de competir. Hoy competí lo suficientemente bien como para terminar ganando. Mañana es otro desafío”, cerró el mallorquín, citado por el pase a cuartos con Guido Pella, vencedor 6-3, 2-6 y 7-6 de Radu Albot.
En 2018, Nadal viajó a Canadá para jugar en Toronto rodeado de dudas, con solo tres jornadas de preparación. En palabras de Francis Roig, uno de sus técnicos, el español se plantó en el sexto Masters 1000 de la temporada con “un dolorcito por aquí y otro por allá” que le impidieron entrenarse al 100% para abrir la gira de cemento estadounidense completamente preparado. Por eso, cuando el campeón de 18 grandes levantó el título de campeón, venciendo a Stefanos Tsitsipas y coronando con victoria una semana sin brillo, los suyos lo consideraron un milagro fruto de su capacidad competitiva.
Este año, Nadal realizó una puesta a punto diferente. Desde el 25 de julio hasta el 1 de agosto, el tenista trabajó en la búsqueda de un nivel óptimo para desembarcar en Montreal con garantías. Olvidada la decepción de Wimbledon, la derrota de semifinales con Federer que por segundo año consecutivo volvió a dejarle a las puertas de disputar la final, el español fortificó la estructura de su juego sobre pista rápida, listo para asaltar el último Grand Slam del calendario (el Abierto de los Estados Unidos, que arranca el próximo 26 de agosto en Nueva York) y el tramo final del curso.
En su estreno en Canadá, Nadal comenzó mal, perdiendo su saque en el primer juego del encuentro y dejando que Evans se colocase 2-0. El británico, sorprendente vencedor de Álex de Miñaur en la primera ronda del torneo, clasificado desde la fase previa después de ganar dos partidos, llegó al cruce con el mallorquín con la aplastante lógica de la derrota encima, pero resistió con entereza. El número 53 dispuso de esa ventaja inicial (Nadal recuperó el break para poner el 3-3), salvó dos puntos de set mientras servía para 5-5, se procuró un par de pelotas para ganar la primera manga en el tie-break (6-4) y con todo perdido rompió el saque de su contrario para poner el 3-3 en el segundo parcial.
Todo esos méritos quedaron en nada ante un Nadal que encontró soluciones a todos los problemas, los que se creó solito y los que le provocó su oponente.
Evans, patito feo del tenis británico desde su positivo por cocaína en abril de 2017 (un año de suspensión), abusó del cortado para protegerse de la derecha de Nadal, un clásico contra rivales que golpean el revés a una mano. Al principio, la táctica le reportó buenos resultados porque el español se atrapó, cometiendo errores que le despejaron el camino al aspirante. Pronto encontró el mallorquín la manera atacar el triunfo y entonces el encuentro cambió radicalmente.
Del Nadal tibio del arranque al dominador del final, aunque todavía le quede mucho margen de mejorar.