Así pueden cambiar las cosas en menos de cuatro meses. El Rafael Nadal que llega a las semifinales del Masters 1000 de Canadá volteando a Fabio Fognini (2-6, 6-1 y 6-2) es el mismo que cae con el italiano el 20 de abril en los cuartos de Montecarlo tras jugar un partido malísimo, según el tenista el peor de sus últimos 14 años en tierra batida. El tiempo que pasa entre las dos caras de la moneda, derrota en Mónaco y victoria en Montreal, es el mismo que necesita el número dos del mundo para cicatrizar una de las heridas más profundas de su carrera: en verano solo quedan cenizas de lo que pasó en primavera, el recuerdo de una crisis superada aplicando el mismo método que ante Fognini el viernes por la tarde. Analizar el problema, aplicar una solución, lograr una remontada.
“Probablemente”, dice luego el tenista cuando le preguntan por las diferencias entre el Nadal de 2005 y el de 2019, “si tuviese el conocimiento del tenis de ahora con las piernas de aquellos años sería un jugador muy, muy bueno. Eso es imposible”, prosigue el balear, que al pasar a semifinales suma 40 triunfos esta temporada, más que ningún otro. “Una de las cosas de la que estoy más satisfecho es que siempre he podido encontrar una solución para seguir siendo competitivo al más nivel posible después de muchísimos problemas”.
Es la mejor temporada de su carrera, rota la barrera del top-10 tras ganar su primer Masters 1000 en Montecarlo, pero Fognini encara a Nadal como siempre: con el convencimiento de poder celebrar la victoria. El italiano, uno de los mayores talentos del circuito, tiene facilidad para hacerle mucho daño al español con un tenis fulminante, sorprendentemente acompañado de un lenguaje corporal donde reinan la apatía y la desgana. Fognini, no es ningún secreto a estas alturas, juega corriendo muy poco, casi caminando, moviéndose lo justo y necesario. No le gusta al italiano exprimirse ni desgastarse, y aún así consigue ponerse de nuevo en una posición favorable frente a un rival que es exactamente lo opuesto.
Nadal tiene una pelota de break en el primer turno de saque de Fognini en el encuentro, y luego se apaga, todos los plomos fundidos de repente. Pasan 32 minutos y el italiano gana 5-1 al español, que se está llevando un meneo. Atrapado por sus errores no forzados, que son demasiados (14 en el primer parcial), y abrumado por la lluvia de pelotazos a las líneas que produce Fognini, encantado con desmontar el español de bote pronto en bote pronto, uno de sus recursos preferidos, Nadal entrega la primera manga y se marcha corriendo al vestuario para pensar cómo salir del lío en el que está metido, qué hacer para no perder el tren de las semifinales.
Hasta ese momento, Nadal se ha enfrentado a un rival disparado en adrenalina, en estado de gracia, con lo que eso significa. Jugar con Fognini inspirado es como ver una estrella fugaz, tan rápido ocurre todo que se termina casi antes de comenzar.
Lo que sucede en Montreal es lo siguiente: desde que se hace con el primer set hasta que acaba el partido, Fognini solo es capaz de ganar tres juegos más. Los 12 que suma Nadal proclaman su remontada y le dan el pase a las semifinales, confirmando lo que tantos rivales han sufrido desde hace años. El español, que pasa de cometer esos 14 errores no forzados en el primer set a encajar ocho entre el segundo (tres) y el tercero (cinco), es único en el mundo en muchas cosas, pero en una brilla por encima del resto: el complicado proceso de radiografiar una situación y ponerle un remedio adecuado es algo que le sale de forma natural.