Puesto en pie en la grada de la Arthur Ashe, Tiger Woods, posiblemente el golfista más importante de todos los tiempos, celebra algo que sus ojos ven, pero que su cerebro todavía está descifrando. Es noche cerrada en Nueva York y Rafael Nadal está en un problema gordo. Se juegan los octavos de final del Abierto de los Estados Unidos y el español está un set iguales ante Marin Cilic (6-3, 3-6), pero con el croata arrancándole las costuras a trompazos. Se discute el principio del tercer parcial y el balear sabe la importancia que tiene ese arranque y la dinámica positiva con la que llega su rival después de haberle empatado el duelo. Con 2-1, Nadal firma tres puntos escandalosos al resto (¡uno de espaldas a la red!) para colocarse 0-40. El cuarto, que le entrega el break en blanco, es una doble falta del croata, al que lógicamente le ha explotado la cabeza. No es oficial, pero posiblemente Nadal también lo sabe: la victoria ya es suya porque a su oponente se la han apagado las luces. Desde ese momento clave, Cilic solo suma dos juegos más (2-10) antes de marcharse eliminado (3-6, 6-3, 1-6 y 2-6) al vestuario.
Durante todo el primer set, Nadal se protege de las cornadas del croata colocándose muy atrás, y con eso consigue devolver los pelotazos del croata. El aspirante juega rápido y directo, como una partida de pimpón. No quiere puntos largos. Tampoco medios. Lo que quiere Cilic es resolver cada intercambio en dos tiros, en tres, en cuatro como máximo. Por eso, está dispuesto a asumir los riesgos que conlleva un planteamiento tan agresivo. Así, sus dos o tres primeros golpes vienen con mucha potencia, muy largos, y Nadal los anula con unas piernas que echan humo, pura explosividad para suplir su posición en la pista, bien alejada de la línea de fondo. El español gana el pulso porque Cilic se cansa y falla, incapaz de cuidar un poco la bola en lugar de destrozarla, incapaz también de encontrar siempre el centro de la diana al que apunta.
Ese plan, sin embargo, no le funciona en la segunda manga. Basta que Cilic afine la puntería, y la afina muchísimo, para que el partido cambie por completo. Del 2-1 al 5-2, el croata vive unos minutos mágicos en los que se abre paso con disparos sin retorno. Los humanos, ya se sabe, no pueden volar, pero lo de Cilic se parece bastante. A Tiger, amigo de Nadal desde hace años, unidos por la pasión conjunta del golf, no le gusta lo que ve, y tampoco se esconde para ocultarlo: el encuentro empieza a ser muy peligroso para el campeón de 18 grandes, que niega con la cabeza cuando se marcha a su banquillo después de sufrir un vapuleo.
El empate trae fantasmas, y los fantasmas hablan de otras noches similares (un pegador tocado por una varita mágica, un Grand Slam, una derrota dolorosa) que provocan una reacción asombrosa del número dos.
Llega entonces ese crucial arranque del tercer set. Llega la idea de Nadal de cambiar su táctica, de dar un paso adelante para ganarle metros a la pista, de ser más ofensivo. Llega su descomunal juego al resto (con 2-1). Llega el punto que gana tras protegerse de los latigazos de Cilic con dos globos y acabarlo con un revés cruzado ganador. Y llega el momento de la pista más grande del planeta aplaudiendo a coro, y en ese grupo no se libra Jim Parsons, Sheldon Cooper en The Big Bang Theory. El actor, lógicamente, hace lo que el resto: reconocer la entrega de un deportista como no hay otro.
La victoria de Nadal ante Cilic tiene una consecuencia inmediata: si el español quiere estar en la final, si quiere pelear por el título, debe superar a Diego Schwartzman en cuartos y al ganador del Gael Monfils-Marco Berrettini en semifinales. En consecuencia, es tremendamente favorito a disputar el cruce decisivo del domingo porque ninguno de sus rivales tiene ni su entidad ni su experiencia ni sus armas. Hay otra cosa que ninguno de ellos posee: como queda demostrado en el penúltimo punto del partido, el nivel actual del balear en una pista rápida le alcanza para conectar un drive por fuera del poste de la red, muy cerca del reloj que tiene a su espalda, y plantar la bola en la línea de fondo.
Abran paso, que ya viene: es Rafael Nadal Parera, y quiere su cuarto título en la Gran Manzana.