A Rafael Nadal no se le dobla el dedo de la mano izquierda y tampoco puede estirar el flexor del codo derecho. Se juega el final del segundo set de los cuartos contra Diego Schwartzman y el español está sufriendo un ataque de calambres derivado de la tensión que le provoca un cruce marcado por tres factores: el argentino es un rival que le pone siempre en un estado de alerta máxima, aunque no haya conseguido ganarle nunca; el 70% de humedad que hace el miércoles por la noche en Nueva York, un agrio recuerdo de otros días que acabaron muy mal; y la oportunidad convertida en obligación de hacerse con el título de campeón después de las eliminaciones de Novak Djokovic y Roger Federer, que le dejaría a un solo grande de los 20 del suizo, impulsándole en la carrera por ser el mejor de todos los tiempos.
“Estamos en semifinales y hay cuatro candidatos”, recuerda Nadal, citado el viernes con Matteo Berrettini por el pase a la final. “Entiendo que por historia se puede pensar que soy el más favorito, pero lo cierto es que solo existe una versión real: el que juegue mejor de los cuatro va a ser el que termine con el trofeo el domingo”, sigue el campeón de 18 grandes. “Yo me dedico a jugar al tenis, a ir partido a partido. Lo que podáis pensar, escribir o creer son cosas vuestras. No participo de este circo”, añade, en referencia a los periodistas. “Solo son palabras, letras escritas que importan poco. Lo único importante es que yo esté capacitado el viernes para jugar al nivel que necesito”.
“Desde el entorno intentamos siempre rebajar la tensión”, le sigue Carlos Moyà, uno de sus técnicos. “Es un jugador muy perfeccionista y autoexigente que se mete mucha presión él solo. El equipo intenta aportarle tranquilidad, permitirle más los fallos, acepar con normalidad si no juega bien… Sabemos de sobra la casta que tiene Rafa y estamos seguros de que va a estar ahí en los momentos importantes”, añade el ex número uno. “Ayer se juntó un rival que le incomoda muchísimo con unas condiciones complicadas de calor y humedad, pero sacó lo mejor de sí mismo”.
Esto es lo que sucede
Nadal prepara el partido ante Schwartzman como una final. Por la tarde, un rato después de las cuatro, el número dos mundial calienta para el encuentro con rostro serio. No hay bromas entre los miembros de su equipo, que se refugian en el vestuario acompañados de la misma idea: una victoria ante el argentino es un tremendo impulso para aspirar al trofeo. El triunfo, sin embargo, va a costar caro porque Schwartzman activa todas las alarmas del español. El Peque, que es como conocen a su rival, nunca ha levantado los brazos frente al balear, pero tiene la capacidad de aguantarle el ritmo desde dos claves sencillas: moverse extremadamente bien y pegarle muy plano a la pelota.
Al rival, sin embargo, también se le suman las condiciones. Nadal sale a jugar preocupado por la humedad (picos de 88% durante el día) que tantos malos ratos le ha dejado en el pasado, el motivo principal por el que los torneos de Buenos Aires y Río de Janeiro ya no están en su calendario desde hace un tiempo. Quizás por eso su estómago se descompone antes de que el duelo arranque y posiblemente ese es el motivo de la aparición de los primeros calambres en el tramo final del segundo parcial, a los que se sobrepone el jugador utilizando ayuda (sal) y recuperando la calma para meterse en las semifinales.
La celebración, por supuesto, es una señal de la importancia del partido: durante 10 segundos, Nadal grita con las fauces abiertas mirando a su equipo, y esa mirada lo dice todo. El español está olfateando el título.