De rodillas, dando respingos, Rafael Nadal celebra que tiene más de siete vidas mientras Matteo Berrettini se lleva las manos a la cabeza. Es la fotografía que nace cuando el español salva dos puntos de set en el tie-break del primer parcial (4-6) para firmar un jaque mate impresionante: el mallorquín está en la final del Abierto de los Estados Unidos, la número 27 que alcanza en un Grand Slam, la cuarta en Nueva York, después de superar al italiano (7-6, 6-4 y 6-1) en una noche taquicárdica, eléctricamente excepcional. El domingo, Nadal tiene una cita con la historia: si gana a Daniil Medvedev (7-6, 6-4 y 6-3 a Grigor Dimitrov) se quedará por primera vez a un grande de distancia del récord absoluto de Roger Federer (19 a 20). Antes de ponerse a pensar en eso, Nadal juega una semifinal para enmarcar.
El novato Berrettini entra al partido destrozando cada pelota que toca con su derecha. Ese golpe, un mazo de hierro forjado en el fuego, es el corazón del juego del italiano. De drive en drive, asombrando a los espectadores que llenan las butacas para ver la semifinal, el aspirante mantiene el encuentro apretado en el arranque (3-3, 30 minutos), aborta las tres primeras bolas de break de su contrario para poner el 4-4, sobrevive a un punto de set (con 5-4) y se fabrica una ventana de oportunidad impensable para muchos, prácticamente la mayoría: en contra de lo esperado, no es un duelo fácil para Nadal.
Desde el martillo que tiene en la derecha, Berrettini se abre camino a puñetazo limpio sin dejarse impresionar por la leyenda de su oponente. Como el saque también le ayuda, apoyado en la planta de las nuevas generaciones (1,96m), el italiano explota la combinación ganadora que encuentra al unir el servicio con el drive. Es un planteamiento descarado que tiene muy buen resultado: Berrettini arranca 4-0 el tie-break del primer parcial, que Nadal comienza con una doble falta, y se procura dos puntos para llevárselo (6-4). Es la hora de la verdad, el momento de las cabezas fuertes, toca dar un paso al frente.
Hasta ese instante, el italiano juega en la Arthur Ashe, la pista más grande del planeta, pero parece que lo hace en una mesa de pimpón, tal es la exhibición que protagoniza asaltando el triunfo a derechazos. Llega entonces ese desempate. Es 6-4 para Berrettini. Es una oportunidad al saque y otra al resto. Es un tren de los que no pasan dos veces: arrancar el partido más importante de tu vida ganándole la primera manga al campeón de 18 grandes no ocurre con mucha frecuencia. Y entonces, Nadal se endurece hasta hacerse inabordable y ocurre lo imposible.
Sacando con 6-4, Berrettini se estrella con la red en el primer punto de set, el más valioso porque es con su saque, y falla una dejada en el segundo, al resto. Nadal, por supuesto, tiene todo el mérito posible en esas jugadas: el español aprieta, aprieta y aprieta hasta que consigue lo que busca: ganarle esos dos puntos a su oponente y abrochar la primera manga dándole la vuelta al tie-break para allanarse el pase a la final.
Que Nadal gane la primera manga con esa remontada espectacular tiene una consecuencia evidente: aunque sigue luchando con asombrosa entereza, la cabeza del italiano hace chiribitas. No hay persona que soporte lo que ocurre en ese desempate, mente lo suficientemente fuerte para digerirlo, ni forman de reponerse a una decepción tan importante. En consecuencia, Nadal acaba como una apisonadora.