52 días después, Rafael Nadal regresó oficialmente a la competición en París-Bercy con una trabajada victoria ante Adrian Mannarino (7-5 y 6-4) para abrir su última parte del año, que le verá competir en el último Masters 1000 del calendario, en la Copa de Maestros (del 10 al 17 de noviembre) y en la final de la Copa Davis (del 18 al 24 del mismo mes). El balear avanzó a octavos de final rodeado de preguntas (¿es 2019 el año en el que Nadal celebrará uno de los dos grandes títulos que se ponen en juego en la gira de pista cubierta europea? ¿Conseguirá el mallorquín levantar la copa en París o Londres? ¿Podrá, además, ayudar a España a ganar la Ensaladera en la Caja Mágica de Madrid?) para las que no aún no hay respuesta. El objetivo, claro, es estar listo para hacer todo eso: la planificación del calendario y su preparación han apuntado exclusivamente a esa meta. [Narración y estadísticas]
“Me he lesionado muchas veces y no he podido jugar otras tantas”, recordó Nadal, que se medirá el jueves con Stan Wawrinka (7-6, 7-6 a Marin Cilic) por el pase a cuartos de final. “En algunas ocasiones no he jugado bien y en otras mis rivales han sido mejor que yo”, prosiguió el número dos mundial, que asalta el tramo final del curso cruzando los dedos para que su muñeca izquierda (acabó con problemas en el Abierto de los Estados Unidos, necesitó infiltrarse para jugar en la Laver Cup y luego se retiró del día decisivo) no enturbie sus planes. “La pista cubierta es una superficie en la que he tenido menos posibilidades en el pasado, pero he estado mejorando mi juego para poder darme opciones”.
“Al ser la parte final de la temporada, el cuerpo lo ha notado y también es verdad que en pista rápida su físico sufre más”, reconoció Carlos Moyà, uno de los entrenadores del tenista. “Normalmente ha llegado cansado, lejos de su mejor estado físico o mental. El año pasado jugó solo nueve torneos y tampoco pudo estar en esta gira por lesión. Y hace dos tuvo que retirarse”, recordó el técnico mallorquín. “No hay ninguna razón para que Rafa no pueda hacerlo bien en esta superficie”.
Mannarino jugó desatado. El francés llegó al cruce tras ganar este año el primer título de su carrera (’s-Hertogenbosch) y con el impulso de haber alcanzado dos finales recientemente (Zhuhai y Moscú) en unas condiciones muy parecidas a las de París. Se encontró jugando en casa ante una grada entregada (“¡Adrian! ¡Adrian!”, gritaron, y eso que estaba Nadal en la pista) y decidió plantear un partido a pecho descubierto, fiando sus opciones al saque (13 aces) y arriesgando en cada tiro para no concederle tiempo de reacción al español, pegando golpes muy planitos para aprovechar la velocidad de la pista (muy rápida) y el bote de la bola (bajo) frente a un contrario que suele sufrir si los puntos van a toda pastilla.
Ante un tenista inspirado, otro muy práctico. Nadal resistió el tenis acertado de Mannarino exhibiendo las primeras señales de su adaptación a la superficie. El español sacó lo suficientemente bien como para no encarar una bola de rotura en toda la tarde (8 aces, 77% de puntos ganados con el primer servicio), jugó con las rodillas bien flexionadas y el culo agachado, que es como dicen los técnicos que debe competirse bajo techo, y se lanzó a por la victoria sin ser conservador (terminó con 24 ganadores) para terminar satisfecho al irse a dormir.
"Mi juego ha evolucionado”, avisó luego el español. “No quiere decir que vaya a jugar mejor, porque luego hay muchas cosas que afectan a la hora de ganar o perder, pero me adapto un poco más a esta superficie que hace 10 años”, prosiguió. “Es difícil volver a la competición, y más en las condiciones, complicadas para mí. Por eso, ha sido un regreso muy bueno, muy positivo a nivel de juego”.
El jueves, Wawrinka espera a Nadal en un partido de alta tensión.