Hay pocos ejemplos en la historia que puedan compararse a lo que ha hecho Rafael Nadal desde el lunes pasado en Madrid. Para que España ganase la sexta Ensaladera (2000, 2004, 2008, 2009, 2011 y 2019), el número uno del mundo se exprimió hasta quedarse sin nada dentro (ocho victorias, cinco individuales y tres en dobles), ni una gota de energía, y capitaneó a la selección hacia otro título, el primero en ocho años y el último conseguido por la mejor generación de tenistas que ha dado la Armada. El domingo, después de que Roberto Bautista se impusiera 7-6 y 6-3 a Felix Auger-Aliassime, Nadal venció 6-3 y 7-6 a Denis Shapovalov y cerró la final ante Canadá (2-0) cuando su cuerpo estaba llegando al límite tras correr una maratón cada día durante una semana. [Narración y estadísticas]
Probablemente, la primera edición de la Davis reformada por Gerard Piqué será recordada por el esfuerzo de Nadal para capitanear a España hacia el título. En tres eliminatorias salió el mallorquín a jugar con 0-1 (Rusia, Argentina y Gran Bretaña), en las tres logró poner el 1-1 y en las dos ultimas fue uno de los responsables de abrochar la remontada disputando el dobles. En consecuencia, de los 11 partidos que La Armada necesitó ganar para hacerse con la Ensaladera, ocho llevaron el sello del número uno mundial (dos victorias individuales de Bautista, y otra de Marcel Granollers y Feliciano López en un duelo por parejas), una auténtica barbaridad.
Así, el campeón de 19 grandes llegó desfondado al cruce ante Shapovalov después de encadenar varios días agotadores, sin respiro. El sábado, sin ir más lejos, Nadal se fue a dormir bien entrada la madrugada, cerca de las cuatro, tras rematar la remontada ante Gran Bretaña formando pareja con Feliciano en el punto de dobles. Por eso, cuando el mallorquín pisó la pista para medirse a Shapovalov, lo hizo con un objetivo claro: ganar, pero sobre todo hacerlo evitando el desgaste, anticipándose a un posible bajón físico por el que su rival pudiese meterse en el encuentro y hacerle daño.
Al inicio, Nadal controló el duelo sin sufrir. Un break tempranero (4-2) le dio al balear la ventaja para lanzarse a por el canadiense sin medianías, y el saque hizo lo demás. Se había exhibido el español al servicio durante todo el torneo (sin ceder ni una sola rotura en sus siete partidos anteriores, cuatro individuales y tres de dobles), y el domingo volvió a hacerse inabordable desde ese golpe, que ha mejorado como nunca en 2019 hasta convertirlo en la base de la mayoría de sus grandes éxitos de esta temporada.
Como en los últimos tiempos, la tranquilidad que le dio ir solventando sus turnos de juego sin sufrimiento le permitió soltarse al resto, tomando decisiones que quizás antes ni se habría planteado. Fue un Nadal incisivo que tuvo la iniciativa de los puntos, pero también la capacidad para no enfangarse cuando las cosas se pusieron un poquito feas (bola de break en contra con 3-2) y abrirse paso hacia el momento que había estado buscando con el corazón desde que aterrizó en Madrid el sábado pasado.
Según pasaron los minutos, en cualquier caso, la energía de Nadal se fue apagando y el partido entró a jugarse en un terreno complicado porque el mallorquín se fundió definitivamente, y con lo poco que le quedó, milagrosamente, sobrevivió a un tie-break que le dio la Ensaladera a España: Shapovalov dispuso de 7-6 y saque para haber llevado el cruce al tercer parcial, pero Nadal lo salvó para hacerse con el triunfo.
Tirado en el suelo sobre el que esta semana ha pasado más de 11 horas de competición, el número uno festejó una conquista de grupo en la que ha interpretado un papel fundamental. La Davis de Nadal.