Es un concierto de rock’n’roll con raquetas, la jungla en su máxima expresión, como vivir un terremoto desde dentro. Lo dicen todos los que en alguna ocasión han asistido en directo: la sesión nocturna del US Open es algo que hay que vivir al menos una vez en la vida. Este lunes, cuando Novak Djokovic venció 6-1, 6-4 y 6-1 a Damir Dzumhur para inaugurar las noches del grande estadounidense en la Arthur Ashe, muchos confirmaron lo que se imaginaba. El US Open, que en 2020 se juega sin público como consecuencia de la pandemia de covid-19, ha perdido su sello de identidad más característico. Ahora es un torneo mudo.
Esto es lo que solía ocurrir. Más de 23.000 espectadores llenaban las gradas de la pista más grande del mundo. Aparecía algún cantante para encender a la gente con la voz. Un espectáculo de luces y color recibía a los tenistas, elegidos cuidadosamente el día anterior por la televisión para reventar el prime time. Nunca cesaba el murmullo, ni tan siquiera cuando la pelota estaba en juego. Gritos y aplausos convivían tras cada punto. Corría la cerveza. Volaban las alitas de pollo. Temblaba el suelo. Se jugaba un partido de tenis en una atmósfera imposible de replicar en otro rincón del planeta.
Esto es lo que ocurrió este lunes. Djokovic y Dzumhur salieron a la pista sin rastro del ruido, se enfrentaron por la victoria con el rechinar de las zapatillas contra el cemento como banda sonora y chocaron sus raquetas en la red cuando el serbio celebró el triunfo que le clasifica para disputar la segunda ronda. No hubo nada de lo que distingue al US Open como un torneo eléctrico, una fuente de energía que ha rescatado de la derrota a muchos jugadores, y ahí está Rafael Nadal para confirmarlo.
“Todos estamos tratando de acostumbrarnos a este tipo de circunstancias, con grandes pantallas LED a los lados”, explicó Djokovic, haciendo referencia a los nueve paneles que la USTA, la Federación Estadounidense, ha instalado en la Arthur Ashe para que los invitados del jugador y algunos aficionados se cuelen de manera virtual en el estadio. “Obviamente, ver al resto de mi equipo, a mi familia y a mis amigos en las pantallas esta noche fue un placer. Me puso una sonrisa en la cara y me motivó para seguir jugando bien”, prosiguió el campeón de 17 torneos del Grand Slam. “He estado hablado con la gente de la federación y aún no han determinado cuándo van a encender las pantallas: si tras cada punto, juego, set… Lo están probando, pero estuvo muy bien. No obstaculiza el juego y al menos tienes la sensación de que están contigo virtualmente”.
“La pista central es muy, muy grande, y está increíblemente vacía”, aseguró Karolina Pliskova tras ganar 6-4, 6-0 a la ucraniana Kalinina. “Es que Nueva York es conocida por ser vibrante, por su energía, porque los aficionados son eléctricos”, le siguió Denis Shapovalov, vencedor 6-4, 4-6, 6-3, 6-2 del estadounidense Korda. “Es un poco extraño jugar sin aficionados, sin su apoyo y sin la atmósfera que crean en los estadios principales”, remató Angelique Kerber, vencedora 6-4, 6-4 de la australiana Tomljanovic. “Pero es un poco la misma sensación que cuando entrenamos contra otros jugadores”.
Tan habitual en el tenis, el silencio, obligatorio signo de respeto durante los peloteos, demostró que jugar en mitad de una pandemia es posible, pero provocando una tristeza tan infinita como irremediable. Lejos de la sesión nocturna, pero en el mismo ambiente de luto, avanzaron el lunes Pablo Carreño (4-6, 6-3, 1-6, 6-3, 6-3 al japonés Uchiyama) y Alejandro Davidovich (3-6, 6-4, 6-3, 1-6, 6-0 a Dennis Novak), mientras que Pablo Andújar (5-7, 3-6, 1-6 frente a Borna Coric), Albert Ramos (2-6, 1-6, 1-6 ante Stefanos Tsitsipas) y Pedro Martínez Portero (0-6, 5-7, 4-6 contra Jan-Lennard Struff) se quedaron por el camino.