Quizás a alguien que no conozca a Carla Suárez puede llegar a sorprenderle la cantidad de mensajes que la canaria recibió a través de las redes sociales cuando este martes anunció que se enfrentaba a un linfoma de Hodgkin, la enfermedad por la que se forman células cancerosas en el sistema linfático.
Hay una clara tendencia en nuestra sociedad por la que solemos abrazar al enfermo por el simple hecho de encontrarse en una situación complicada, pero este no es el caso de Carla. El aluvión de muestras de apoyo que la tenista ha recibido está ganado a pulso, cultivado durante una carrera profesional llena de elogios por un tenis bellísimo, precioso, de galería de arte, pero sobre todo por una forma de ser envidiable, con la nobleza, la humildad y el positivismo como notas predominantes.
Aquí va un pequeño ejemplo que conozco de primera mano.
Entrevisté a Carla por primera vez hace más de una década para la desaparecida revista TENIS WORLD. Fue en Sevilla, durante una visita de la canaria a los Internacionales de Andalucía, un ITF femenino de 25.000 dólares que por aquel entonces se disputaba en el Real Club Pineda.
Tengo el momento perfectamente grabado, por la ilusión que me hacía una entrevista tan importante con una de las mejores tenistas del mundo. Era el mes de octubre y por las mañanas ya empezaba a refrescar, a pesar de estar en el sur, pero nos sentamos en el porche a hablar tranquilamente durante casi una hora. Ese tiempo me pareció una barbaridad porque no estaba acostumbrado a que los pocos deportistas con los que había podido hablar me concediesen tanto, y efectivamente con el paso de los años he confirmado que pasar de 15 minutos en una entrevista es la excepción de la norma.
Carla fue agradable y educada, e incluso se atrevió a arremangarse en temas polémicos. Cansado de escuchar a otros compañeros contar lo difícil y poco agradecido que era entrevistar a algún personaje de la burbuja futbolística, aquello me pareció un regalo. Y aún no había llegado la mejor parte del día.
Yo llevaba una grabadora de bolsillo, no habíamos empezado a usar el teléfono móvil para todo como ahora, y cuando terminamos de hablar conecté unos auriculares para escuchar un poco de la conversación mientras me volvía al coche.
Eso fue pocos minutos antes de maldecir en voz alta y en todas las direcciones posibles: la entrevista no se había grabado, culpa mía por no pulsar el botón adecuado, y no quedaba ningún registro de lo que habíamos hablado.
Ante eso, tenía tres opciones: olvidarme de la entrevista, ponerme a escribir con lo que recordaba de la conversación o volver y decirle lo que había pasado. Elegí la última sin ninguna esperanza, solo por probar, y lo que me encontré fue la carta de presentación de una de las mejores personas que he tenido la suerte de encontrar en el mundo del tenis.
Sin tener por qué hacerlo, ya que en ese momento no nos conocíamos absolutamente de nada, Carla me ofreció repetir la entrevista, y eso fue exactamente lo que hicimos: pasar otra hora con las mismas preguntas y las mismas respuestas, sin poder evitar la risa por lo surrealista de una situación que ya habíamos vivido minutos antes.
El gesto puede parecer insignificante, y quizás el lector lo considere una tontería, pero para mí supuso mucho: por lo inusual de encontrar algo así en mundo de estrellas blindadas, por la predisposición para hacerlo y por la actitud impecable, sonrisa en la cara todo el tiempo.
Carla ha sido número seis del mundo, ha sumado muchas victorias y títulos, ha representado a España con pasión en las eliminatorias de Copa Federación y en los Juegos Olímpicos, pero ha demostrado algo más importante que todo eso: que es una buena persona con un buen corazón.
Por eso, y por otras muchas cosas más, es imposible que pierda la batalla que tiene por delante.