“Tuve una conversación muy interesante con una persona sobre la mentalidad neutral. Cuando te pasa algo malo dices: ‘seamos positivos, seamos positivos’. La realidad es que a veces es imposible ser positivos. Por eso, ser neutral, simplemente no caer en la negatividad, es muy útil. Y también muy simple. Es algo difícil de hacer porque es un trabajo constante, pero ayuda muchísimo. Se trata de aceptar lo que venga, sea lo que sea. Eso hace que siempre sepa cómo voy a poder controlar o sentirme bajo cualquier circunstancia”.
La reflexión es de Victoria Azarenka, que este sábado juega su primera final de Grand Slam en siete años tras ganar a Serena Williams (1-6, 6-3, 6-3). Si de algo sabe la bielorrusa, si algo conoce bien, es el enrevesado mundo de la psicología humana. Entre 2012 y 2013, Azarenka ganó dos grandes (Abierto de Australia), llegó al número uno mundial y presentó su candidatura a dominar el circuito durante mucho tiempo. Varias lesiones torpedearon su continuidad en la cima y un embarazo en 2016 cambió su vida para siempre. Azarenka se convirtió en madre y medio año después (verano de 2017) un divorcio de su marido Billy McKeague dio paso a una guerra legal por la custodia del niño, que la sacó de la competición durante un buen tiempo (abandonando California corría el riesgo de perder la tutela porque su expareja presentó los papeles de la custodia en un juzgado de Los Ángeles, y el juez decretó que el pequeño debía permanecer en el estado de California hasta la resolución del caso).
Azarenka ganó esa batalla y también otras menos importantes: esta es la historia de una campeona renacida.
“No sé cómo ha hecho para mantenerse positiva porque ha tenido muchos altibajos en su carrera”, aseguró Serena, de nuevo frenada en su intento de igualar los 24 grandes de Margaret Court. “Es una buena lección para todos: hay que seguir adelante, pase lo que pase. Ojalá siga viviendo su sueño”.
“La vulnerabilidad es buena, igual que tener emociones”, reconoció Azarenka. "Para mí, personalmente, estar pensando constantemente en por qué las cosas me pasaron de una determinada forma no me beneficiaba, así que dejé de hacerlo. Empecé a asumir más responsabilidad por lo que hacía, por lo que me pasaba y por cómo iba a reaccionar ante las situaciones”, siguió la bielorrusa. “Eso me ayudó a crecer. Eso me ayudó a convertirme en una mejor persona, en lo que soy hoy. Creo que eso también se nota en la pista”.
Después de ganar el título en Cincinnati en una final que no llegó a disputarse por una lesión de Naomi Osaka en el tendón de la corva izquierda, las dos volverán a encontrarse el domingo con la oportunidad de sumar otro grande (la japonesa, como Azarenka, también tiene dos). Aunque el cara a cara esté a favor de su rival (2-1 para Osaka), la bielorrusa parte en una posición ventajosa porque ha aprendido mucho por el camino y eso la vuelve tremendamente peligrosa.
“Mentalmente estoy en un lugar muy diferente”, confesó Azarenka, comparando su pase a esta final con el que logró en 2013. “Creo que hace siete años, después de ganar el Abierto de Australia y jugar de manera consistente, logrando buenos resultados, esperaba estar en la final [en el US Open]. No creo que ese haya sido el caso esta vez, pero es más divertido, más satisfactorio y agradable. Es mejor”.