Se acabó el misterio, Rafael Nadal ya sabe lo que le espera si quiere ganar su decimotercera Copa de los Mosqueteros. Este lunes, el español debutó en Roland Garros ganando a Egor Gerasimov (6-4, 6-4, 6-2) y comprobó cómo el frío de finales de setiembre y la nueva pelota Wilson (desde 2011 se usaba una distinta de la marca Babolat) afectan a su juego en competición. A falta de probar el techo retráctil de la central (el encuentro se disputó al aire libre, aprovechando una tregua del día), y de medirse ante rivales de mayor pedigrí, el número dos del mundo conoció los peligros que esconde el templo de la tierra batida en 2020, en plena era de la covid-19, y mandó un mensaje esperanzador: está aquí para pelear, como ha hecho siempre. [Narración y estadísticas]
“Lo único que necesito es estar con la actitud adecuada, con el positivismo al máximo”, explicó el campeón de 19 grandes tras la victoria. “Tengo que tener todos los sentidos despiertos para encontrar la forma de jugar este torneo y darme oportunidades. No es un Roland Garros como cualquier otro porque tiene unas condiciones distintas, pero solo hay una manera de afrontarlo: paso a paso, día a día e intentando buscar las mejoras adecuadas”.
Nadal salió a la Philippe Chatrier, la pista más importante de su carrera, arropado por unos pocos aplausos. Nunca antes había tenido el español un recibimiento tan frío en París, con 1.000 personas desperdigadas en la inmensidad de un estadio con capacidad para más de 15.000. Poco le importó al mallorquín la ausencia de público cuando el partido se puso en marcha, como tampoco las bajas temperaturas o la nueva bola.
Para derrotar a Gerasimov, un contrario que se distingue por castigar cada pelota con una dureza extrema, Nadal no hizo nada distinto a otros años. Sí, sus tiros viajaron con menos efecto de lo habitual y aterrizaron sobre una pista pesada, más humeda que de costumbre, pero el español lo compensó moviéndose excepcionalmente bien para abrir huecos imposibles de cerrar por el bielorruso. A la dificultad de ganar puntos, una de las consecuencias de unir el clima otoñal con la bola Wilson, respondió Nadal con manos ágiles y piernas rápidas para proponer un ritmo altísimo. Y funcionó.
“Con estas condiciones, lo único que no puedo permitirme es jugar pasivo”, reconoció Nadal. “Necesito que todos los golpes vayan con una intención, con una intensidad alta. Si no, la bola deja de hacer daño”, añadió el español. “No jugamos nunca en ningún torneo de tierra batida con estas condiciones. Hay que estar preparado para aceptar todo lo que venga. Esto no me quita ni un ápice de ilusión”.
Gerasimov, en cualquier caso, puso empeño y ganas, lo intentó dejándose el brazo en cada golpe y tuvo un manera irreprochable de planear el encuentro. Con todo perdido tras entregar los dos primeros parciales, el bielorruso celebró su primer break del partido (2-0). Fue una buena demostración de actitud que quedó en nada: Nadal le arrebató el saque inmediatamente (1-2), cerró la brecha (2-2) y aceleró hacia el triunfo ganando seis juegos consecutivos para compltar una buena tarde, sólida y contundente.
Así empezó el camino hacia un título de Roland Garros que parece más difícil que nunca.