Resulta un poco redundante establecer el debate de los cinco sets cada vez que comienza un Grand Slam. Pensaba que iba a ser capaz de resistir la tentación de escribir algo sobre ello, pero aquí me tienen. Ver a un Schwartzman mermado físicamente en su partido con Rafa Nadal me ha hecho decantarme por, y perdónenme la expresión, “abrir el melón”.
Antes de plantearnos los pros y los contras, vamos tratar de objetivar la situación con unos datos básicos: la final de la Champions dura 90 minutos. El récord del mundo de maratón está por debajo de las 2h de esfuerzo máximo. Los partidos de las finales de la NBA duran 48 minutos. Los esfuerzos más prolongados los encontramos en los deportes de ultrarresistencia, como por ejemplo Jan Frodeno parando el crono en 7h51m para batir el récord del mundo de triatlón de larga distancia. Es obvio que en el tenis -como en el fútbol o el baloncesto- el tiempo neto de juego es muy inferior al tiempo bruto, y que hay descansos cada pocos juegos. Pero creo que, aún así, no somos conscientes de la barbaridad que supone jugar a cinco sets (o, en partidos femeninos, jugar por encima de las tres horas) si no lo ponemos en perspectiva respecto a otros deportes. Un debate simplista acerca de si es conveniente que se juegue a cinco sets en los Grand Slams ya daría mucho juego.
Podemos hacerlo aún más extenso si profundizamos en la casuística de cada Grand Slam, puesto que ninguno de los cuatro ha consensuado el mismo final para sus partidos. Tie-break en el último set en alguno, diferencia de dos en otro, super tie-break con 13 iguales en otro… un lío. Entiendo que, desde el punto de vista del espectador, resulta apasionante ver un final de partido apretado en el que dos tenistas se han partido el pecho durante cinco horas. No es fácil borrar del recuerdo las imágenes de la entrega de premios del Abierto de Australia de 2012, con Nadal y Djokovic acalambrados solicitando sillas en las que poder descansar sus maltrechos cuerpos después de 5h53 de batalla. Cuando veo que los partidos se alargan irremediablemente, pienso en el Coliseo romano y me imagino a los tenistas como auténticos gladiadores luchando por su supervivencia. Y sí, el Coliseo romano estaba siempre lleno de gente queriendo ver el espectáculo.
Me considero una auténtica enamorada del tenis, lo sigo como espectadora y, dada mi profesión, lo analizo también desde el punto de vista biomecánico y fisiológico. Trabajo con tenistas e intento, en la medida de lo posible, que estén en las mejores condiciones para competir. El quiz de la cuestión es que el nivel de imprevisibilidad en el tenis es de una magnitud tremenda. Todos los deportes profesionales son imprevisibles, hay muchos factores que no podemos controlar: la fuerza con la que un defensa hace una entrada a otro futbolista, los contactos en el aire que se dan en el baloncesto, el sofocante calor que puede condicionar el rendimiento de un ciclista en una etapa del Tour… El deporte es imprevisible por naturaleza, y los profesionales que nos dedicamos a ello, trabajamos teniendo en cuenta esa imprevisibilidad. Pero ¿cómo trabajar la carga que soportaron Isner y Mahut en aquel partido en Wimbledon? Y hablo de carga en general: muscular, articular, cardiovascular, fisiológica, emocional... Mi opinión carece absolutamente de importancia, pero ahí va: creo que todos los torneos deberían jugarse al mejor de tres sets, con tie-break en todos ellos, y voy a tratar de explicar el por qué.
Primero, por lógica. Si esas son las normas establecidas en todos los torneos… ¿qué sentido tiene cambiarlo cuatro veces al año? Los Masters 1000 ya cambiaron su normativa en este aspecto hace años. Es cierto que la épica de los cinco sets, o los partidos femeninos que acaban 20-18 en el tercer set, no tiene comparación. Los tenistas se presentan ante nosotros como auténticos superhéroes. ¿Cómo pueden tener tanto aguante? Como espectador es algo mágico, y en parte los Grand Slams son lo que son por ese factor diferenciador, pero creo que es necesario un consenso y que todos los torneos jueguen bajo el mismo paraguas normativo.
Segundo, por las características del tenis. El tenis es un deporte de una complejidad técnica muy alta, que además exige unas cualidades físicas y mentales muy particulares. Cuando se dan partidos tan largos, las cualidades físicas priman por encima del resto. Según avanza el partido, la velocidad de desplazamiento disminuye, los apoyos ya no son tan estables y, por tanto, los golpes pierden efectividad. Podríamos decir que gana el más fuerte, y se tiende a discriminar al perdedor como “peor preparado”. En mi opinión, ¡lo que no es normal es lo otro! ¿Se imaginan a Kipchoge, récord mundial de maratón, tratando de batir el récord a los dos días de haberlo intentado por última vez? En ocasiones, este símil, que puede resultar exagerado en papel, es lo que ocurre cuando un tenista tiene que competir a las 48h de un gran esfuerzo físico. Vemos partidos deslucidos, tenistas cansados, espectáculo mermado. Está genial premiar a los tenistas físicamente bien preparados con un mayor porcentaje de victorias en este tipo de partidos, pero no olvidemos que, en ocasiones, parte de esas cualidades físicas son ventajas genéticas.
¿Es el tenis un deporte de resistencia? De primeras pensaríamos que no, que por encima de la resistencia como tal priman otras cualidades físicas y técnico-tácticas, pero en los partidos tan largos sí se acaba convirtiendo en algo más físico que otra cosa.
Y, por último, por la carga de la que hablábamos anteriormente. El tenis, por su particularidad competitiva (partidos en días consecutivos) supone un desafío muy importante para el organismo. La recuperación a nivel muscular tiene que ser muy rápida, y la recuperación fisiológica ha de ser muy eficiente para poder rendir al máximo en días consecutivos. Bien es cierto que en los Grand Slams los tenistas tienen un día de descanso, pero no olviden lo nerviosos que se ponen los equipos de fútbol cuando tienen que jugar dos partidos la misma semana (en sus entornos controlados de partidos de 90 minutos con descanso y tres sustituciones). La competición agota, el deporte profesional exprime a los deportistas, la presión que soportan hace que la carga emocional sea muy alta también -especialmente en un deporte como el tenis, en el que los deportistas viven alejados de sus familias, viajando 30 semanas al año y dependiendo de sus victorias para poder costearse la carrera profesional-.
Si queremos que las carreras profesionales de los tenistas sean largas y sanas, no está de más cuidar el día a día y no sobrecargar más unos cuerpos ya de por si castigados por un calendario muy exigente, con competición en los cinco continentes, cambios horarios, cambios de tipo de dieta, cambios de superficie de juego, partidos en condiciones climatológicas asfixiantes...
Como decía, muchas imprevisibilidades en un entorno ya de por sí imprevisible. Muchos factores de riesgo. Muchas horas en pista para disfrute de los espectadores, pero con imágenes que no deberíamos ver en el mundo del deporte: Jack Sock desplomándose por deshidratación en el US Open, Johanna Konta incapaz de sacar en ese mismo torneo, presa de calambres que le hicieron caer al suelo y ser atendida por los servicios médicos, Kiki Bertens abandonando la pista en silla de ruedas hace unos días en París…
Gladiadores que pelean para que nosotros, cuales César sacando el pulgar en el Coliseo, aprobemos con nuestros aplausos su lucha de gigantes.
*** Blanca Bernal es fisioterapeuta, trabajó varios años para la WTA y en la actualidad lo hace en el World Padel Tour y en su clínica Mobility.