Un parpadeo, visto y no visto, tan solo 56 minutos. Para meterse en los octavos de final del Abierto de Australia, Garbiñe Muguruza atropelló a Zarina Diyas (6-1, 6-1) en una mañana fantástica que subrayó lo que se viene intuyendo desde hace días: la española, que el próximo domingo tendrá una prueba de fuego ante Naomi Osaka (6-3, 6-2 a Ons Jabeur), está en el camino para volver aspirar a cosas importantes.
“Sí, podría estar a un nivel parecido al de esos años”, respondió Muguruza cuando le preguntaron si se encontraba cerca de la versión que con la que coronó los dos grandes de su carrera (Roland Garros 2016, Wimbledon 2017). “Hay partidos que he jugado mejor que otros, pero me noto bastante sólida. Es una combinación de todo: golpes, mentalidad, jugar bien en los momentos clave, confianza… Es una buena señal”.
En manos de la española, Diyas pareció una marioneta de trapo. Además de desplegar todo su potencial ofensivo, Muguruza cubrió la pista de maravilla, cerrando espacios y frustrando cualquier intento de la kazaja por llevarse un punto (56 ganó Garbiñe, 30 su rival). Así, Diyas necesitó un milagro para ponerle su sello a un peloteo y eso explica la paliza con la que se marchó al vestuario en menos de una hora de juego.
Por supuesto, esta Muguruza no es casualidad. Desde que empezó a trabajar con Conchita Martinez en la pretemporada de hace un año, la española ha ido recuperando los buenos hábitos que le abrieron las puertas del número uno mundial el verano de 2017. Fabricada la base, un proceso lento como consecuencia de la pandemia de la covid-19 que puso el calendario de 2020 patas arriba, Garbiñe ha ido creando el esqueleto para mantenerse mucho tiempo arriba, peleando por lo que merece, optando a controlar el circuito femenino con mano de hierro.
“Ahora mismo”, resumió la española, “tengo la consistencia de estar ahí partido tras partido con la mayor serenidad posible e intentando dominar. En resumen, doy una buena versión de Garbiñe”.