Garbiñe Muguruza se marchó de la Rod Laver Arena con la cabeza agachada, muy triste, hecha polvo. El domingo, la española perdió un encuentro que merecía haber ganado ante Naomi Osaka (4-6, 6-4, 7-5) después de dejar escapar dos puntos de partido (5-3, 15-40) y de sacar por la victoria (5-4). En consecuencia, se despidió del Abierto de Australia en octavos de final ante la número tres del mundo cuando tenía hecho el pase a cuartos y despejado el camino para pelear por su primer grande en cuatro años (Wimbledon 2017). Osaka, que llegaba con 10 victorias consecutivas en Grand Slam (las siete que le permitieron celebrar el trofeo en el pasado Abierto de los Estados Unidos sumadas a las tres que había conseguido esta semana en Melbourne), demostró una determinación granítica para luchar contra el muro que levantó Garbiñe: tras encadenar tres errores no forzados que la dejaron ante una situación límite (5-3, 15-40 en el tercer set), Osaka no volvió a cometer uno en los siguientes 22 puntos del partido. La firma de una tenista especial.
“En el primer punto de partido ella ha sacado muy bien, quizás en el segundo yo podría haber sido más agresiva…”, se arrancó Muguruza tras la derrota. “Con mi saque debería haber hecho más daño luego, intentar dominar más ese juego. He jugado bien, he estado ahí, pero se me ha escapado”, añadió la española. “Es una derrota dura, pero me he visto bien. Me llevo una sensación muy buena de esta gira porque he jugado muchos partidos seguidos”.
“He tratado de luchar por cada punto”, resumió a continuación Osaka. “En el primer punto de partido, estaba pensando que no había hecho un saque decente en todo el juego, así que debía concentrarme en mi servicio. En el segundo, me dije a mí misma que debía evitar cometer un error no forzado grave”.
El cruce, una final anticipada, arrancó con Osaka lanzándose al cuello de Muguruza, de golpe ganador en golpe ganador, para conseguir un break de arranque (2-0). Planteando una propuesta a tumba abierta, muy agresiva, la japonesa huyó de los peloteos largos con su contraria, tirando a las líneas sin pensárselo dos veces. Látigo en mano, la número tres jugó a toda mecha. Acierto, acierto, error. Error, acierto, error. Acierto, error, error. Osaka, que perdió su saque justo a continuación de romper el de la española (2-2), asumió el riesgo de su plan, moviéndose entre las luces y las sombras.
Después cuatro juegos donde el servicio mandó sobre el resto, sin que ninguna de las oponentes pudiese fabricarse opciones de rotura, la precipitación nubló a Osaka. Arriesgando sin control, la japonesa entregó su saque a Muguruza, que aprovechó la ocasión (5-4 y saque) para cerrar el primer parcial y nutrirse de ese impulso en el arranque del segundo, abriendo la primera brecha de verdad (6-4, 2-0) en toda la mañana.
Con todo en contra, Osaka hizo lo más complicado: templar sus nervios, tranquilizarse, y recuperar la puntería con la que comenzó avasallando a Muguruza. Con decisión, la japonesa sumó un break (2-2) para reengancharse al cruce, que empató recobrando el apresurado compás del inicio. Rápido. Más rápido Mucho más rápido. Así, la campeona de tres grandes llegó hasta el 5-4 y se subió al tren de un salto, arrebatándole el servicio a su contraria en un momento clave. Allá voy Garbiñe, prepárate que estoy aquí de nuevo.
Durante casi todo el tercer set, del choque de estilos (solidez contra riesgo) emergió victoriosa Muguruza. La número 14 hizo que Osaka sintiese lo mismo que alguien que se estampa contra una pared de hormigón: impotencia. Levantando unas defensas inmaculadas, obligando a su contraria a producir varios tiros imposibles, Garbiñe mantuvo la delantera en el marcador hasta colocarse 5-3. Sacando para mantenerse con vida en los octavos, Osaka cometió tres errores no forzados que le entregaron a Muguruza dos puntos de partido. Ya está, se acabó, es el final, hasta aquí hemos llegado.
Lo que hizo la japonesa fue sencillamente increíble: apretó los dientes, esquivó la derrota salvando esos dos puntos de partido y sumó cuatro juegos seguidos (de 3-5 a 7-5) para coronar una mañana que se le había puesto muy negra.