Rafael Nadal se marchó de la pista con cara de no haber entendido nada. En los cuartos de final del Masters 1000 de Montecarlo, Andrey Rublev jugó un partido sobresaliente para eliminar 6-2, 4-6, 6-2 al español, que vio cómo el ruso le superaba en todo y se metía en las semifinales del torneo por la puerta grande: tumbar al rey de la tierra en uno de sus templos de primavera (11 títulos) no es cualquier cosa.
“Ha sido un coctel mortal: he jugado mal, y he jugado mal contra un gran jugador”, razonó Nadal después del encuentro. “Es una derrota que no es positiva. Ha sido un mal día, pero venía entrenando y jugando bien. Me sentía preparado para ganar este torneo. No es que sea producto de una mala preparación, ha sido una combinación de circunstancias las que me han impedido ser capaz de jugar bien hoy”, prosiguió. “Tengo que analizar una serie de cosas que hoy han funcionado muy mal. Vamos a trabajar para mejorar porque no queda otra, esta es la realidad. Viene un mes importante por delante”.
Rublev, 23 años, ha ganado durante las últimas temporadas el temple y la paciencia que necesitaba para plantar cara a los mejores tenistas del mundo. Al principio, el ruso se presentó como un jugador que competía siempre en sexta marcha: pegando sin tregua, mordiendo todo el reato, incapaz de encontrar calma para gestionar mejor los momentos duros de los partidos. Cambiar eso ha convertido a Rublev en un rival fantástico, preparado para asaltar con éxito todos los retos que se le pongan por delante.
En Montecarlo, Nadal padeció una versión intratable del ruso: Rublev buscó la victoria con la agresividad que lleva dentro, pura potencia, como un martillo, pero también apretando los dientes para sufrir en intercambios largos, corriendo de lado a lado sin renunciar a esos esfuerzos clásicos en un cruce en arcilla frente al mallorquín. Rublev resistió, Rublev dominó, Rublev lideró. A Nadal, claro, se le puso cara de no entender nada, rostro serio, ceja arqueada, brazos abiertos.
Con el paso de los minutos, y viendo que su oponente le estaba aguantando y desbordando, el español se fue enredando hasta que su juego terminó contaminado, demasiados errores en puntos importantes, de los que invierten la tendencia de un partido. Todo llevó la firma del número ocho, que se fabricó una ventaja buenísima: 6-2, 4-2 y cuatro pelotas para 5-2, olfateando un triunfo mayúsculo.
Entonces, ocurrió lo de siempre. Nadal se puso en pie cuando estaba noqueado logrando su primer break del duelo para poner el 4-4. Ese peloteo, un punto estratosférico que Rublev tenía ganado, con el español de esquina a esquina devolviendo la bola desde posiciones inverosímiles, fue un trampolín. A continuación, Nadal ganó su saque y volvió a romper el de Rulev para empatar el partido.
Como si no hubiese pasado nada, el ruso arrancó la manga decisiva con una decisión con la que celebró la victoria. Impresionante.