Roger Federer sigue amando el tenis como el primer día. Esa es la única razón que puede explicar lo que ocurrió el sábado por la noche en la tercera ronda de Roland Garros. Cerca de cumplir los 40 años (el próximo mes de agosto), y tras someterse a dos artroscopias en la rodilla derecha que le dejaron más de 400 días sin competir, el suizo rechazó la tentación de bajar los brazos en una mala noche (63 errores no forzados) y eligió pelear durante 3h36m para ganar 7-6, 6-7, 7-6, 7-5 a Dominik Koepfer cuando el reloj se acercaba a la una de la madrugada en París. Lo hizo en la soledad de un estadio vacío, con las butacas tapadas por unas gigantescas lonas verdes y sin el apoyo incondicional que los aficionados suelen ofrecerle en cualquier lugar del mundo. La pasión, sin embargo, es un motor que no tiene arrugas: el placer de jugar es algo que no ha envejecido en Federer.
“Mi espíritu de lucha me hizo cruzar la línea”, se arrancó el suizo cerca de las dos de la mañana, refugiado en una gorra de béisbol negra bordada en la parte delantera con sus iniciales en color rojo. “Me esforcé mucho. Tienes que amar lo que haces. Estás en la pista central en París, donde siempre has querido estar de niño. Tratas de recordártelo a ti mismo muchas veces”, prosiguió Federer, que debería medirse a Matteo Berrettini (7-6, 6-3, 6-4 a Soonwoo Kwon) el próximo lunes en los octavos de final. “No esperaba ganar tres partidos aquí. Esta noche o mañana necesito hablar con mi equipo y decidir si sigo jugando o no, si es demasiado arriesgado en este momento [para la rodilla] o si es una manera perfecta de terminar el torneo y descansar”.
Con un set iguales, un tie-break para cada uno, Federer pasó por la situación más complicada del cruce cuando Koepfer le rompió el saque para colocarse 3-1. Visiblemente desanimado, el rostro apagado, el suizo emitió señales de preocupación con un plan suicida: sin ton ni son, el campeón de 20 grandes buscó acortar los puntos jugándose la mayoría de sus tiros y su tenis se llenó de desatinos, un borrón tras otro. Fallo, fallo, acierto. Fallo, acierto, fallo, fallo. Fallo, Fallo, fallo. Koepfer, que desde el arranque explotó maravillosamente su condición de zurdo para atacar el revés de su contrario, recibió el aturdimiento de Federer con una ovación en el interior de su cabeza.
“Después del segundo set”, explicó el suizo, “no estaba muy seguro de la gasolina que me quedaba en el tanque. Había sido una buena batalla hasta entonces y sentía que necesitaba controlarme, especialmente a nivel emocional. Sentía que debía dejarme llevar, jugar más relajado y hacer que la experiencia tomase el protagonismo para ver cómo me sentía más tarde. Sé que en los partidos a cinco sets siempre tienes momentos en los que te encuentras mejor y peor”.
Llegados a ese momento, el suizo ya había identificado un par de motivos de alarma habituales en muchos otros encuentros que terminaron mal en su carrera: dos bolas de break convertidas en nueve oportunidades (cinco de 14 en total) y un mal porcentaje de puntos ganados con su segundo saque (por debajo del 50%, 58% al final del encuentro). Para escapar de esa trampa, el número ocho del mundo antepuso la actitud a la raqueta.
De repente, a Federer le cambió la cara, aunque su llegada no la vio venir nadie. De la precipitación pasó a la paciencia, asumiendo un papel más tolerante y aceptando los peloteos largos, santo y seña de la tierra batida. Así recuperó la rotura de saque (4-4) y así se metió de lleno en la lucha por el triunfo, que logró a tirones (desempate en el tercer set, break perdido en el cuarto justo a continuación de lograrlo…) y sin brillantez.
“Han sido muchas cosas nuevas para mí, como estrenarme en la sesión nocturna o jugar sin público por primera vez en mi carrera”, recordó Federer. “Suponía algo único en muchos sentidos, y estoy feliz de haber encontrado la manera de ganar. Realmente, me estaba imaginando a mucha gente viendo algo de tenis en sus casas un sábado por la noche. En muchos sentidos, también jugaba para ellos y he dejado que eso me inspirase”.
En una noche inspiradora, Federer llegó a la segunda semana de en París pero sus movimientos están ideados para asaltar Wimbledon en las mejores condiciones posibles. Allí está su gran objetivo de la temporada y posiblemente una de las últimas oportunidades de volver a levantar un título grande. En consecuencia, el suizo planea jugar en Halle (desde el 14 de junio) como toma de contacto con la hierba y el retraso de fechas de Roland Garros (una semana) ha acortado los días entre ambas citas. Posiblemente, demasiado para un jugador que solo ha disputado seis partidos en 2021 y que mide al milímetro cada esfuerzo para que su rodilla derecha le aguante el resto del viaje.