“Un chaval delgadito que hacía muchas cosas bien”.
Albert Molina todavía recuerda lo primero que pensó al ver a Carlos Alcaraz por primera vez, cuando el tenista tenía 11 años. El agente, que trabaja con el murciano desde los 12, vivió más de cuatro horas de máxima tensión el viernes en la pista Arthur Ashe, la más grande del planeta. El final, sin embargo, le supo a pura felicidad: a los 18 años, Alcaraz derrotó en cinco sets a Stefanos Tsitsipas, el número tres del mundo y se metió por primera vez en los octavos de final de un Grand Slam en el Abierto de los Estados Unidos. Fue una presentación al mundo entero, de El Palmar a Flushing Meadows, de Murcia a Nueva York, un viaje frenético para levantar la mano y pedir paso.
Alcaraz consiguió su primer punto ATP el 14 de febrero de 2018, con 14 años y nueve meses. Lo hizo en un torneo Future en Murcia, derrotando a Federico Gaio y ganándose su acceso al ranking como 1414 del mundo. Si hasta ese momento su nombre se había movido a toda velocidad por los corrillos del circuito, entre jugadores y entrenadores, el triunfo supuso la confirmación de los avisos que venían lanzando los técnicos sobre la proyección del tenista.
Hasta entonces, el padre de Alcaraz había estado pendiente de todas las necesidades de su hijo, buscándole entrenadores en Murcia para ayudarle en las etapas iniciales mientras su hijo dominaba todas las categorías inferiores de un bocado. Entonces, la llegada de Molina como manager al equipo trajo de la mano otra incorporación, clave en el desarrollo del jugador: Juan Carlos Ferrero, exnúmero y campeón de Roland Garros en el 2003.
Asi, Alcaraz lleva algunos años trabajando con una estructura profesional dividida en dos lugares y varias personas: en Villena, en la academia Equelite, Alberto Lledó (preparador físico) y Juanjo Moreno (fisioterapeuta); en Murcia, donde el español tiene su vida, Álex Sánchez (preparador físico), Fran Rubio (fisioterapeuta) y Juan José López (doctor). Todos ellos están pilotados por Ferrero, que se ha ocupado de identificar y potenciar las habilidades del número 55 del mundo para afianzar un estilo de juego que conjuga de maravilla con lo que demanda el tenis actual.
Alcaraz es lo contrario a un jugador que viva de los puntos largos, una explosión de agresividad constante con cualquier golpe: al saque, con el drive y también con el revés. Como padeció Tsitsipas este viernes, al español le gusta irse a la red a la más mínima oportunidad, usando la dejada como recurso recurrente. Esa manera de competir, puro instinto animal, una delicia para los ojos, se sostiene con una cualidad que ha dejado atónitos a todos los contrarios que se han cruzado por primera vez en el camino del murciano: Alcaraz le pega a la pelota sorprendentemente fuerte, a una velocidad supersónica, cuerpo a tierra, sálvese quien pueda.
Ferrero ha ido asentando el plan de juego del tenista, sin olvidarse de moldear la mentalidad de una bestia. Cuando Alcaraz ganó su primer título ATP en Umag a finales del mes de julio, imponiéndose a Richard Gasquet en la final, el entrenador reforzó la barrera que empezó a construir en 2018: nada de comparaciones con Rafael Nadal, ni hablar de despegar los pies del suelo, a seguir recorriendo el camino con tranquilidad. No es una estrategia pensada a la ligera, es el sistema para blindar a un adolescente de la presión que ha enterrado a tantos otros, sometidos a la confrontación estadística con uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos.
El mensaje, que Alcaraz tiene interiorizado sin fisuras, ha sido tan importante en la progresión del jugador como la capacidad para evolucionar su argumentario de golpes. Que el murciano haya sabido abstraerse de las similitudes le han brindado la opción de volar libre, sin grilletes que torpedeasen su asalto a la élite, donde ya está asentado.
El pasado mes de mayo, Alcaraz debutó en el top-100 de la clasificación. El objetivo era terminar el año afianzado en ese grupo de élite, no salir de las posiciones de privilegio del ranking, pero se ha quedado antiguo, ya no sirve para nada, ha cambiado. El tenista está listo para seguir haciendo lo que demostró en la tercera ronda del Abierto de los Estados Unidos: jugar de tú a tú con los mejores tenistas del mundo.
Una auténtica barbaridad a su edad.