Daniil Medvedev levantó la mano el día más importante de la carrera de Novak Djokovic. El domingo, el ruso ganó el primer Grand Slam de su carrera derrotando al serbio (6-4, 6-4, 6-4) e impidió que su rival reventase la historia en mil pedazos: Rod Laver seguirá siendo el único jugador capaz de celebrar los cuatro grandes el mismo año (1962, 1969) y Roger Federer y Rafael Nadal continuarán empatados con Nole en número de títulos importantes (20). Solo el tiempo esclarecerá las consecuencias de una paliza imprevista.
“Lo que hice de manera diferente con respecto a Australia fue tener un plan claro de lo que tenía que hacer en cada momento”, confesó Medvedev. “Obviamente, eso depende mucho de él también. Algunas veces tienes que ser agresivo, otras defensivo. Hoy sabía perfectamente lo que hacer y me funcionó”, continuó. “Quizás tuvo un mal día, como yo lo tuve en Australia. También cuentan mucho los pequeños detalles. Está claro que hoy no estuvo a su mejor nivel. La pregunta es: ¿si lo hubiese estado, habría sido capaz de vencerle? Eso nunca lo sabremos. Lo que sí sé es que estoy muy contento de haber ganado”.
“Había pensado qué decir en caso de victoria o derrota”, le siguió Djokovic, todavía sobre la pista. “Quería decir que esta noche, incluso sin haber ganado, mi corazón está lleno de alegría y soy el hombre más feliz del mundo porque me habéis hecho sentir muy especial en la pista”, añadió el número uno, emocionado porque el público de la Arthur Ashe le mostró su apoyo cuando las cosas empezaron a torcerse. “Me habéis tocado el alma. Honestamente, nunca me había sentido así en Nueva York. Os quiero. Gracias por vuestro apoyo”.
Djokovic jugó el partido como si fuese el último de su carrera, aunque no le sirvió para nada. Agarrotado, sin terminar de fluir como consecuencia de los nervios, el serbio cometió varios errores de bulto que Medvedev interpretó como una señal de debilidad. Protagonista de un comienzo endemoniado (2-0, 15-40), el ruso compitió con un aplomo asombroso que mantuvo hasta el final, cuando se suponía que debería haber temblado.
Apostando por ir a tumba abierta, a palos desde las dos alas de la pista, el número dos del mundo llevó casi siempre la voz cantante en los peloteos y se defendió contraatacando cuando Djokovic le apretó las tuercas moviéndole de línea a línea. Fue una actuación sorprendente, fascinante, exhibición de poder la tarde más complicada.
Con el marcador de cara (6-4, 4-2), Medvedev celebró en silencio el cruce de cables de su contrario, señal inequívoca de haber cumplido con la primera parte de su plan. Superado por la situación, Djokovic reventó la raqueta contra el suelo y exteriorizó una preocupante falta de control emocional, de la que el ruso se nutrió.
Entonces, saltaron todas las alarmas y todo ocurrió muy rápido.
Medvedev ganó el segundo parcial. Djokovic arrancó el tercero dispuesto a intentar la remontada. De saquetazo en saquetazo, el ruso le negó cualquier resquicio y celebró dos breaks que le impulsaron hacia la victoria. Pocas veces se había visto a Djokovic tan desdibujado, tan impotente, tan necesitado de un milagro, como en la final ante Medvedev. Un partido que dejará una herida díficil de cerrar.