"Estoy convencido de que tengo Covid. Te invito a cenar si no doy positivo en tres días, de lo contrario me invitas tú a cenar". Bernard Tomic sorprendía cuando jugando un partido del Open de Australia advertía al juez de silla que podía estar contagiado. El vídeo no tardó en recorrer todas las redes sociales ante la incredulidad del que escuchaba sus palabras. Y, días después, los peores presagios se han cumplido. El australiano ha dado positivo por la Covid-19 y ha obligado a aislar a todos los que tuvieron contacto con él, incluido el rival que acabó ganándole.
Las palabras de Tomic podrían haber quedado como unas imágenes virales sin más relevancia. Sin embargo, el momento en el que se han producido es significativo. Mientras Australia endurece sus medidas de entrada al país permitiendo el acceso solo a vacunados, y con el 'caso Djokovic' en plena explosión, los controles en el Open son escasos y sin demasiada efectividad. La previsión de Tomic así lo confirman, pues no han pasado ni 72 horas para que se haya detectado ese contagio.
El australiano, nacido en Alemania, fue claro al señalar el problema: "Están permitiendo que los jugadores entren a la pista con pruebas rápidas que se hacen en su habitación. No hay pruebas oficiales de PCR". El ya conocido como autocontrol no estaba siendo suficiente en el torneo por excelencia. Y ese escaso seguimiento por parte de la organización se ha cobrado la primera víctima con Tomic, además de muchos otros daños colaterales como son aquellos que estuvieron en contacto con el tenista y que serán testeados para evitar un brote.
El Open de Australia ahora estudia si reforzar las medidas de seguridad, pero las críticas al torneo se acumulan en una montaña que comenzó con Novak Djokovic. El serbio ha pasado de no jugar a recibir una exención, estar retenido por las autoridades, ir a un juicio para recibir permiso para jugar a finalmente estar investigado para saber si el gobierno australiano le acaba deportando como ha pasado con la tenista checa Voracova.
El protocolo falla
Australia cambió de estrategia para luchar contra la Covid-19 hace unos meses. El gobierno vio imposible el contagio cero y optó por establecer la vacunación obligatoria. El Open de Australia, por lo tanto, tendría que obligar a todos sus participantes a cumplir este requisito. La ATP y WTA habían promocionado la vacuna, pero este iba a ser el primer Grand Slam en reforzar ese aspecto al hacerlo obligatorio. Así, parecía que el riesgo de contagio iba a ser menor. O al menos es lo que parecía que esperaban las autoridades a la vista del control que se ha seguido en el interior de la 'no burbuja'.
El 31 de diciembre se envió a todos los participantes un protocolo de seguridad para evitar contagios. Lo primero era presentar una prueba negativa de 72 horas antes. Además, luego estaba la necesidad de estar con la pauta completa de vacunación (salvo exención médica), nada más pisar territorio australiano los jugadores debían realizarse una prueba. Hasta no conocer el resultado de esta no se podían mover con libertad y debían aislarse, tal y como recoge TennisMajors.
A partir de ahí, las pruebas diarias no son obligatorias sino "recomendadas". A ello hay que sumarle el aislamiento en caso de haber sido contacto estrecho con un positivo (si este vive en el mismo domicilio o habitación), lo que obliga a un aislamiento de siete días con pruebas el primer y último día. Desde la organización defendieron que iban a controlar todo el proceso, pero la denuncia de Tomic y su posterior acierto con el positivo ha demostrado todo lo contrario.
La burbuja del 2021 ha dejado pasado a una del 2022 que está siendo mucho más complicada. Varios jugadores dieron positivo a su llegada (en algunos casos realizada con anterioridad adrede) y otros, como el australiano, lo han hecho habiendo disputado ya partidos de clasificación. El protocolo ha fallado y Australia, antes de que comience el primer Grand Slam de la temporada, ya ha quedado tocada.
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