Arrastrado por unas creencias proclamadas sin recato por un entorno de charlatanes irreflexivos, Novak Djokovic se ha convertido en un referente antisistema a costa de perderse el torneo que ha ganado en nueve ocasiones. Un comportamiento inadmisible y censurable para quienes defendemos la razón y la ciencia como piedras angulares del progreso.
Por motivos obvios - mi desconocimiento del Derecho australiano -, no entraré a juzgar el comportamiento de su Gobierno ni de los responsables del Abierto del país, a pesar de que una cierta descoordinación orgánica late en el fondo de esta historia que ojalá no se hubiera producido. Y, por supuesto, cuenten con mi respeto por la decisión unánime del Tribunal.
Por su parte, tanto Djokovic como los que le rodean, destilan con sus formas y palabras un pensamiento irracional, rayano en lo mágico en el caso de su padre. Sus referencias a personajes míticos como precursores de su hijo hubieran reflejado un notable mérito cómico de no esconder una irresponsabilidad inaceptable de alguien que es un icono del deporte.
No obstante, pocas eximentes caben para quien nunca ha respetado las normas en el ámbito de esta pandemia. El primer resbalón de su insensatez tuvo lugar en la primavera de 2020, cuando no se le ocurrió otra cosa que promocionar un torneo amistoso – Adria Tour – en vista de que los grandes Roland Garros y Wimbledon habían aplazado sus fechas habituales.
Los muchos positivos que salieron de aquella ocasión -entre otros, su mujer y él mismo – fueron justificados por la causa benéfica del Torneo, una explicación que revela la mentalidad del serbio, inmadura y generosa, dispuesta a creer en el amor, pero próxima al conjuro, por el rechazo de la ciencia y la palabrería de quienes lo rodean. Y con ramalazos de pícaro, por lo que ha traslucido de sus idas y venidas y sus declaraciones en las últimas semanas.
Para completar una escena salpicada de dogma e idolatría sólo faltaba la oficialidad. El Gobierno serbio, colocándose de forma ventajista y sin complejos al lado del héroe ultrajado. Y la Iglesia ortodoxa, que ofreció una ceremonia religiosa frente al hotel donde se alojaba la víctima propiciatoria, convertido en un templo de adoración para los negacionistas. Quizás sólo querían recordarnos que fanaticus viene de fanum: templo.
Así pues, me permitiré recordarle a Djokovic la recomendación de Saramago – tan compartida estos días - de que los grandes deportistas deberían leer a menudo. Y para evitar que el mundo le confunda, le sugeriría – con humildad - que comience con los griegos antiguos que impusieron el juicio ecuánime y la razón para alumbrar la ciencia y combatir milenios de sacrificios, espíritus y hechiceros.