El partido acabó cuando Adrian Mannarino se equivocó en el golpe más fácil del primer parcial. Al saque con 14-15 en el tie-break, el francés eligió mal y optó por tirar cruzado en lugar de paralelo, la zona de la pista que tenía completamente vacía. En consecuencia, dejó escapar un desempate de 28 minutos (¡28!) y una manga de 1h21m (¡1h21m!) en la que salvó siete bolas de set (¡siete!) y no pudo aprovechar ninguna de las cuatro (¡cuatro!) que se fabricó. Tras haber sufrido para conectar buenos saques desde el 6-4 de esa muerte súbita, y después de no encontrar las sensaciones con su drive, Rafael Nadal consiguió lo que buscaba agarrándose a la pista con el corazón: al ganar un desempate especial, el más largo de su carrera, el mallorquín rompió en dos a su rival, triturándole la cabeza y machacándole el cuerpo. Con problemas físicos y sin fuerzas mentales, Mannarino solo pudo sumar cuatro juegos más y vio cómo el español avanzaba 7-6, 6-2, 6-2 a los cuartos de final del Abierto de Australia.
“Ganar el tie-break era medio partido, aunque había que confirmarlo”, reconoció Nadal, citado el martes con Denis Shapovalov (6-3, 7-6, 6-3 a Alexander Zverev) por el pase a semifinales. “Él tiene la habilidad de hacerte jugar incómodo. Con cambios de ritmo suele costarle más, pero hoy no ha sido el caso. No me dejaba respirar, todo ocurría muy rápido y estaba al límite”, prosiguió el español. “He conseguido ralentizar un poco el juego con el revés cortado y he sobrevivido a ese primer set, aguantando bien mentalmente y aceptando los momentos complicados”.
Mannarino no fue el Mannarino de siempre. Durante el primer set del cruce ante el campeón de 20 grandes, el francés confirmó las señales que envió al dejar por el camino a dos cabezas de serie (Hubert Hurkacz en la segunda ronda, Aslan Karatsev en la tercera). El 69 mundial mantuvo igualado el cruce desde su servicio (no concedió ni una oportunidad de break en toda la primera manga), y controlando sus tiros planos. Con un estratégico tenis de tiralíneas, sustituyendo los ángulos por la fuerza bruta, una forma de agresividad en vías de extinción, Mannarino disfrutó dándole protagonismo a su muñeca para acorralar al balear jugando bonito, con mucha clase y a toda velocidad, exhibiendo un aluvión de talento.
Llegó entonces el tie-break, que el francés comenzó ganando 3-0. Viendo que su derecha no incomodaba a la de Mannarino, también zurdo, Nadal recuperó la desventaja explotando su revés cruzado para bajarle la pelota asu rival, haciéndole mucho daño al impedir que el francés pudiese generar fuerza para lanzar un contraataque fulminante. Durante la media hora que se estiró el desempate, ambos oponentes se enzarzaron en una pelea brutal. El español dejó escapar siete pelotas de set (con 6-4, 6-5, 7-6, 9-8, 10-9, 11-10, 15-14), cuatro de ellas con su saque; al francés se le marcharon cuatro opciones para hacerse con el primer parcial (con 8-7, 12-11, 13-12, 14-13), tres con su servicio.
Que Mannarino se echase la mano a la ingle al final de esa muerte súbita, justito de fuerzas tras un desgaste tremendo, fue un adelanto de lo que sucedió luego: olfateando sangre, Nadal le enseñó los dientes a su contrario, el francés se equivocó en una jugada aparentemente sencilla (tirando cruzado y no paralelo) y el número cinco mundial celebró un parcial que le valió el pase a cuartos: Mannarino siguió jugando, pero estuvo lejos de poder aspirar a algo más que a la derrota en un encuentro marcado a fuego por un tie-break para el recuerdo que Nadal dominó para dar otro paso más hacia algo que parecía imposible hace un mes: ganar el título en Melbourne.