Carlos Alcaraz ha recuperado en Roland Garros su condición de inevitable. Tras iniciar el torneo inmerso en un mar de dudas físicas y técnicas, ha ido recuperando sensaciones y reencontrado con su tenis a medida que ganaba partidos. El último, la semifinal ante Sinner, puso a prueba su resistencia y determinación. Aprendió y disfrutó sufriendo para superar la antesala a la final, su tope hasta ahora en la Philippe Chatrier. Lo alcanzó la temporada pasada, cuando sucumbió ante Djokovic después de que unos calambres se apoderaran de su cuerpo y le impidieran moverse con naturalidad.
"No puedo, no puedo", gritaba Carlos Alcaraz, paralizado y sorprendido por lo que le estaba ocurriendo. "Aquí, aquí, aquí… estoy muy jodido tío. ¿Cómo puede ser?" preguntaba con cara de incredulidad a su equipo. La presión por tener delante al tenista con más Grand Slams de la historia, la Philippe Chatrier llena hasta la bandera, la tensión, los nervios... a Carlos se le juntaron demasiados intangibles. Acababa de igualar el partido ante uno de los mejores tenistas de la historia cuando su cuerpo dijo hasta aquí.
No pudo seguir compitiendo al nivel que acostumbra y cedió las dos últimas mangas por un doble y contundente 6-1. Un año después, en el mismo escenario e idéntica ronda, el murciano volvió a sufrir calambres, aunque en para esta ocasión ya sabía cómo maniatarlos. "Teníamos calambres los dos y teníamos que seguir luchando. Aprendí del partido de semifinales contra Djokovic del año pasado. En esos momentos tienes que estar calmado, hacer los puntos más cortos y continuar porque los calambres van a desaparecer. Estoy muy contento de haber esperado mi momento para coger la oportunidad cuando he podido", aseguró tras superar a Sinner.
Lección aprendida que, sin duda, es de lo que más orgulloso se siente. Y este partido de semifinales contra Sinner, hubo mucho que recordar y poner en práctica para transformar lo que hace un año fue negativo, en algo que fuera positivo. "Esta vez los calambres no han sido tan serios como el año pasado. Soy más fuerte mentalmente, sé lidiar con estas situaciones, sabía que se irían si me mantenía ahí. Sé lo que tengo que hacer y lo he hecho. Sabía que había que estar ahí, acortar los puntos, sabía más qué hacer este año que el pasado".
Por eso a Alcaraz se le dibuja una sonrisa en su rostro cuando hable de ello. Ha sido importante la victoria sobre Sinner, pero más la que ha conseguido sobre sí mismo tras meses muy duros. Primero el dolor físico y el miedo de recaída después han lastrado de sobremanera al murciano, que descartó competir en Montecarlo, Barcelona y Roma para recuperarse y no privarse de Roland Garros, torneo al que llegó tras una inactividad de prácticamente dos meses al competir únicamente durante la primera semana en el Mutua Madrid Open.
Lo físico llegó a derivar en batalla mental contra sí mismo, contra ese pepito grillo que tiene acostado en su hombro y que le dice que tenga cuidado y no fuerce, que controle. Consejo que no encaja con el tenis ofensivo del murciano. Con De Jong se contuvo, pero ante Korda dio un paso adelante y contra Aliassime no rehuyó ninguna tentativa. Se liberó por completo y, una vez probado el caviar, es complicado volver a la merluza. Ya nada le privó de conectar su derecha, ni Tsitsipas, ni Sinner.
Nada frenó al español que llega a la meta de su particular carrera de obstáculos con más piernas de lo que empezó. Arriba en lo desconocido, en su primera final de Roland Garros. Con el aliciente de ser el tenista más joven de la historia que alcanza una final de Grand Slam en las tres superficies. Carlos Alcaraz ya está aquí.