Al aficionado que proviene de la vieja escuela del tenis -o incluso no tan vieja- le cuesta entender el nuevo formato que ha abrazado la Copa Davis. Desde que la competición cambió de manos y Kosmos, la empresa de Gerard Piqué, se hizo con el mando, todo se convirtió en un caos.
Ahora, con Kosmos ya fuera de las riendas de una de las competiciones más emblemáticas y reconocidas del deporte mundial, la sensación de que todo está patas arriba sigue estando presente.
El torneo dijo adiós a su tradicional formato, aquel que consistía en eliminatorias directas que se jugaban al mejor de cinco partidos. Dos encuentros individuales el viernes, uno de dobles el sábado, y otros dos individuales más, si fueran necesarios, para cerrar el fin de semana durante el domingo.
El que ganara seguía adelante y quien perdiera se quedaba en el camino. Así hasta la final. Un guion típico y sin complicaciones de eliminatoria directa que conseguía llenar las gradas de cada recinto en el que se jugaban los partidos de la Copa Davis, independientemente del país.
Aquello era una gran fiesta del tenis, y España vivió años dorados en busca de la ensaladera. Ambientes sobresalientes, en el que cada punto se celebraba como si se tratara de un gol, incluso un fallo al saque de un rival hacía gritar a los aficionados y les levantaba de las sillas.
Ahora todo es muy diferente. El torneo vaga por un formato difuso que al gran público le cuesta entender y que tampoco atrae, al menos hasta que llegan los partidos más importantes. Eso sin hablar de las pocas estrellas que ahora disputan en este parón la Copa Davis, algo que refleja la decadencia de una competición preciosa pero maltratada en los últimos años.
La cuestión del formato
Cuando Kosmos se adueñó de la Copa Davis -para abandonarla apenas unos años después- planteó una revolución absoluta del formato. Gerard Piqué pensaba que la forma de competir estaba obsoleta y que había que darle un impulso para hacerla más atractiva. En realidad, como casi siempre, lo que se buscaba era un mayor rédito económico para justificar tal inversión.
Para ello idearon un modelo con una fase de grupos previa, con eliminatorias diferentes a las ya existentes, y un sistema de clasificación que llevaba a una gran final con varias selecciones en liza. Se juntaban así varios partidos en una sede, pero incluso podría darse la circunstancia de que la gran final no la jugara el país anfitrión, algo que restaba espectacularidad y esencia al torneo.
Ahora que se está disputando la fase de grupos de la Copa Davis, donde España compite junto con otras quince selecciones, el problema del formato actual ha vuelto a ponerse de relieve. Los aficionados notan que esta distribución en cuatro grupos, donde los dos primeros pasan a la final a ocho, le resta emoción al torneo.
Las eliminatorias ya no son a vida o muerte y se reducen a tres partidos. Sin embargo, se juegan más encuentros en un periodo más corto de tiempo, algo que comprime todavía un poco más el calendario de los tenistas. Por si fuera poco, hay varias divisiones que, paralelamente, se pelean por un ascenso o descenso de categoría y que pasan desapercibidas para el gran público.
Después habrá una final a ocho que este año se jugará en Málaga, en el Pabellón Martín Carpena, entre el 19 y el 24 de noviembre. Ocho selecciones concentradas en una atípica fase de la que saldrá el campeón final.
'Fantasma' y sin estrellas
Basta con echar un vistazo a la nómina de participantes en la fase de grupos de la Copa Davis para darse cuenta de que el torneo ya no es tan importante como antes, ni tan siquiera para los propios tenistas.
De entre las 16 selecciones que participan en busca de un hueco en la final a ocho, tan sólo se puede encontrar a un único integrante del top10 del ranking ATP. Se trata de Carlos Alcaraz, con España. Es cierto que hay tenistas cuyos países están en categorías inferiores como es el caso de Novak Djokovic, Holger Rune o Hubert Hurkacz, pero algunos que podrían estar no aparecen en la lista.
Es el caso de tenistas de renombre como Jannik Sinner, que acaba de ganar el US Open, Alexander Zverev o el estadounidense Taylor Fritz. La ausencia de grandes referentes no invita a enganchar al público a una competición necesitada de recobrar el cariño de la afición entre tanto caos.
Por si fuera poco, la Copa Davis, que durante tanto tiempo se emitió en abierto a través de televisión en España, ha pasado a ser de pago. Eso la convierte también para muchos en una competición fantasma, porque no todo el mundo tiene acceso a estos canales o se entera de la programación de los mismos.
Y lo que antes eran estadios repletos de gente hasta el último momento, ahora el escenario deja gradas vacías casi en su totalidad como sucedió en el encuentro de dobles que jugó España contra la República Checa. Un día laborable, bien entrada la noche y sin nada real en juego porque el equipo español ya tenía el triunfo en el bolsillo, dejó el pabellón con un aspecto casi desolador.
La Copa Davis es un torneo de tradición, una competición hecha para respetar unos códigos que hace unos años saltaron por los aires y están dando al traste con ella.